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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 2 de Adviento (6.XII.2015) - Ciclo C

JESÚS TRAE LA SALVACIÓN A TODOS

“Verán la salvación”

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Como buen intelectual, Lucas tiene sumo cuidado en precisar el marco histórico de los acontecimientos: los lugares, los tiempos y las personas. No hay ningún fragmento del Nuevo Testamento que defina con tanto esmero este marco histórico como el evangelio de este domingo. Lucas señala, en primer lugar, el tiempo: “En el año quince del reinado de Tiberio”. Luego, la situación política del Oriente Próximo: “Siendo Poncio Pilato gobernador de Judea y Herodes virrey de Galilea”. Finalmente, el marco religioso: “Siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás”. Es consciente de que va a narrar algo sumamente importante: Dios va intervenir por medio de “Juan, hijo de Zacarías”, que ha recibido el encargo de anunciar que Dios es un Dios salvador y viene a salvar no sólo a los hijos de Abrahán sino a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y geografías. Juan predica ese mensaje y vienen a escucharle judíos, pero también soldados romanos y gentes extranjeras que viven en los contornos de Judea. Él les bautiza a todos con un bautismo de penitencia, para que así allanen el camino para recibir la salvación. Nadie queda excluido. Porque el Dios que mostrará Jesucristo no es Dios de un pueblo o de una etnia sino un Dios que ama a todos los hombres y mujeres, porque sobre todos los hombres y mujeres recaerá la sangre salvadora de una cruz, en la que él mismo se clavará para salvar a todos sin excepción, y todos podrán sumergirse en las aguas purificadoras del Bautismo para convertirse en hijos suyos de adopción. Nosotros somos uno de ellos. Pero, a veces, lo olvidamos y vivimos de espaldas –cuando no en frente- de Dios. Por eso, necesitamos que Juan nos recuerde otra vez la necesidad de convertirnos. Juan se llama ahora “papa Francisco”. Él nos convoca a un “Año de misericordia” -que comienza el próximo día de la Inmaculada- para que confesemos nuestros pecados y recibamos la salvación que tanto necesitamos. ¡¡Pobre del que piense que él no tiene pecados ni necesidad de confesarse!! Que pida a Dios que le opere de sus espesas cataratas, que le impiden ver lo que es evidente.                      

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