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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (23.X.2016) - Ciclo C

PAVONEARSE Y HUMILLARSE

“Subieron al Templo a rezar”

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El evangelio de este domingo coincide con el anterior en el contenido, el género literario y la lección práctica que imparte. Los dos, en efecto, tratan de la oración, los dos son una parábola y los dos hablan de cuál ha de ser nuestra actitud cuando rezamos. Sólo difieren en esto: mientras el evangelio del domingo pasado enseñaba que teníamos que rezar con perseverancia y santa tozudez, el de hoy nos enseña que hemos de hacerlo con humildad y confianza. El texto es muy conocido. Un fariseo y un publicano van al Templo a rezar. El fariseo se sitúa en lugar bien visible, se queda de pie y reza así: “Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”. El publicano, en cambio, “se quedó atrás, no se atrevía a levantar los ojos y se golpeaba el pecho diciendo: ‘Oh Dios, ten compasión de este pecador’”. Es indudable que el fariseo decía la verdad: no robaba ni era adúltero. También el publicano la decía cuando aseguraba que era un vulgar ladronzuelo que ponía el dinero y los negocios por encima de todo. Sin embargo, siendo dos comportamientos moralmente tan distintos, el publicano es alabado y reprobado el fariseo. ¿No es incomprensible? No. Porque el fariseo piensa que lo bueno que hace, lo realiza por sí mismo. Olvidaba lo que, siglos más tarde, diría de una forma tan sencilla como contundente el Catecismo del padre Astete, a saber: que sin la ayuda de Dios “no podemos comenzar, ni continuar ni concluir cosa alguna conducente a la vida eterna”. Es decir: sin la gracia de Dios no podemos hacer nada. Oraba, pues, con soberbia. Y, además, despreciando a los demás, en lugar de compadecerse. Por esto es reprobado, no por lo bueno que había hecho. El publicano no es alabado por sus malas obras sino porque las reconoce y pide perdón de ellas con humildad y confianza. Y Dios, que es un Padre infinitamente misericordioso, le perdona. Cuando veo que son tan pocos los que se confiesan y escucho aquello de “yo no lo necesito, porque no robo ni mato”, suelo acordarme de la parábola de hoy. ¡Ojo, que podemos ser un poco fariseos!            

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