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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 29 del Tiempo Ordinario (16.X.2016) - Ciclo C

INSISTENCIA Y TOZUDEZ

”La haré justicia”

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“He dejado de rezar, porque Dios no me escucha”. Frente a esa y parecidas expresiones  he dado siempre la misma respuesta: “sigue rezando”. No era una contestación para salir del paso o rutinaria sino que obedecía a una gran convicción, apoyada tanto en la experiencia como, sobre todo, en la Palabra de Dios. La Sagrada Escritura, en efecto, está llena de hechos y palabras en los que queda patente que Dios nos escucha. El evangelio de este domingo es una página muy elocuente y, además, está formulada en términos muy actuales. En una ciudad había un juez corrupto, soberbio y descreído. No temía a nada ni a nadie. Si siquiera a Dios. Amparado en su poder impune, se negaba a impartir justicia a una pobre viuda, cuya única arma era la insistencia. Y la empleó a fondo. Un día sí y otro también acudía al juez para que dictara sentencia. Aburrido por la insistencia, el juez terminó haciéndola caso. Jesús da un quiebro a esta parábola y razona así: si este juez, corrompido e injusto, terminó atendiendo a esta pobre viuda, ¡cuánto más escuchará Dios a quien le pide! Luego saca esta conclusión: por eso os digo que conviene orar con insistencia y sin desfallecer. Nosotros solemos quedarnos con la mitad de la frase: oramos, acudimos a Dios. Pero no lo hacemos “con insistencia,  sin cansarnos”. Más de una vez me he preguntado por qué Dios no nos hace caso de inmediato siendo, como es, nuestro Padre. He sacado luz fijándome en lo que hacen los padres de la tierra. Cuando les pedimos una cosa razonable y conveniente, si está en sus manos nos la dan. Sin embargo, suelen hacerse de rogar. No quieren hacernos sufrir sino que crezca nuestra relación personal con ellos. Si nos dieran de inmediato lo que les pedimos, nos haríamos egoístas y aprovechados. “Haciéndose de rogar” estimulan nuestra confianza y nuestro amor. Esto es lo que quiere Dios: que crezcamos en fe y confianza con él. En consecuencia: seamos sensatos, porque nosotros somos más menesterosos e impotentes que la pobre viuda. No olvidemos nunca que nuestra mejor arma es importunar a Dios, pedir y pedir. Ser santamente tozudos.                     

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