Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (9.IV.2017) - Ciclo A

TÚ ERES ESE HOMBRE

“Dando un grito, expiró

___________________El rey David cometió un doble gravísimo pecado: adulteró con la mujer de Urías, su más valiente general, y mandó matar a éste para casarse con su esposa. El profeta Natán vino a su encuentro y le contó que en una ciudad había dos hombres: uno rico que tenía muchas ovejas y vacas y uno pobre que tenía sólo una oveja. Llegó un peregrino a casa del rico y no quiso coger una de sus ovejas para darle de comer sino la oveja del pobre. David montó en cólera y preguntó: ¿Dónde está ese hombre, para acabar con él? Natán le contestó: “Ese hombre eres tú”. Estos días, las calles y plazas de España se convierten en un inmenso templo en el que se dan cita los Cristos y Vírgenes de nuestras mejores escuelas de imaginería. Todas impresionan. Pero hay una que golpea incluso a quienes no son proclives al sentimiento: los Cristos yacentes de Gregorio Fernández. Contemplando esos ojos que miraron con tanta compasión a todos los necesitados, esas manos que no se cansaron de tocar todos los dolores humanos, esa figura otrora esbelta y ahora convertida en un guiñapo, uno no puede menos que preguntarse: ¿quién ha podido cometer tan infame villanía y un crimen para el que no existe calificativo en el diccionario? La voz resucitada de Natán se encara conmigo y contigo y nos dice: “Tú”. Sí. Yo y tú lo hemos hecho. Con el agravante de que nos quedamos tan frescos. No hacemos como David, que lloró y se arrepintió. Nosotros ni siquiera decimos que es un crimen. Hemos cambiado hasta las mismas palabras, para llenarlas de eufemismos, relativismos y posverdades. Pero “contra facta non sunt argumenta”, frente a los hechos no hay razones que los nieguen. Por fortuna, tú y yo no podemos deshacer lo que hemos hecho. Pero podemos agarrarnos a otro clavo ardiendo. Nuestros pecados no fueron la causa última de esos Cristos yacentes. Algo tan grande no podía ser fruto del odio sino del amor. Por eso, sin negar nuestra responsabilidad, Pablo nos da la clave para la esperanza: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Sí. Fue el amor de Jesús a ti y a mí el que le llevó a morir en la Cruz. ¡Ojalá que esto nos haga un David arrepentido!

0 comentarios