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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 3 de Pascua (30.IV.2017)- Ciclo A

CAMINOS ACTUALES DE EMAÚS

“¿No ardía nuestro corazón?”

_________________Tarde de Resurrección. Dos discípulos de Jesús caminan de Jerusalén a Emaús, un pueblo a ocho kilómetros. Llevan el alma destrozada. Van comentando la noticia del día: la muerte y sepultura del que había sido su héroe. De pronto se les une un caminante y pregunta: ¿De qué habláis? ¿De qué podemos hablar que no sea de Jesús, profeta grande en obras y palabras, al que han dado muerte los jefes del pueblo? Él había dicho que resucitaría pero, ya ves, hace de esto tres días y no ha tenido lugar. Es verdad que unas mujeres han ido al sepulcro, lo han encontrado vacío y dicen que unos ángeles les han dicho que ha resucitado, pero a él no le han visto. Ya sabes, cosas de mujeres. Les escucha atentamente y deja que saquen a superficie lo que les oprime el alma. Cuando llega su turno, echa mano, de memoria, de los Profetas, Salmos y otros escritos de la Escritura y al final les dice: ¿No estaba dicho todo esto y que al tercer día resucitaría? Les habla con amor y con pasión. La mente y el corazón de los caminantes se va calentando sin que sean muy conscientes. Por fin, llegan a Emaús. Él les da el saludo de despedida y hace ademán de proseguir su camino. No, no, le dicen, porque ya es muy tarde. Quédate con nosotros. Ya en la mesa, bendice y parte el pan y se da a conocer: ¡Es Jesús, que ha Resucitado! Les deja con la palabra en la boca y desaparece. La presencia ha sido mínima, pero suficiente para devolverles la fe y el sentido de su vida. Me parece que los caminos del mundo, de la Iglesia, de nuestras parroquias, de nuestras casas, de nuestros lugares de trabajo y de diversión están abarrotados de caminantes de Emaús. Pero no está todo perdido. El Resucitado no se ha olvidado de ellos. ¡No puede hacerlo, porque ha dado la vida por ellos! Pero necesita que tú –madre de familia, amigo, esposa- y yo le hagamos presente en esos caminos. Lo haremos si le copiamos al pie de la letra: acercarnos, escuchar con atención, hablarles de Dios, poner en sus manos un Evangelio y ¿por qué no? invitarles a volver a la Iglesia y a la misa del domingo. Vale la pena, porque están tan hundidos y tan necesitados como aquéllos.           

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