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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 22 del Tiempo Ordinario (30.VIII.2020) - Ciclo A

DOS PROPUESTAS Y DOS LÓGICAS

“Apártate de mí, Satanás”

**** De nuevo una escena con Pedro y Jesús de protagonistas. Sin embargo, qué distinta la de hoy respecto a la del domingo anterior. Allí, Pedro hacía una verdadera confesión de fe en la divinidad de Jesucristo:”Tú eres el Hijo de Dios vivo”, aquí hace una propuesta bienintencionada pero mala: Que Jesús no asuma salvar al mundo mediante el sufrimiento y la muerte en cruz. Allí, era alabado:”Dichoso tú, Simòn”, aquí es rechazado y llamado “demonio”. Allí, no era “la carne y la sangre” –lo humano- quien hablaba por él sino el Padre. Aquí es la carne y la sangre –la lógica humana-las que salen por sus fueros. Discípulo y Maestro: dos modos de pensar, dos mundos opuestos. El discípulo que quiere enmendar la página al Maestro. El Maestro que tiene que corregir con fuerza las pretensiones del discípulo. El discípulo que quiere salvar al mundo con el éxito, el triunfo, el poder. El Maestro, que le dice que por ahí no se va a ninguna parte a la hora de dar la vuelta del calcetín a tantas cosas que van mal en el mundo y en la misma Iglesia. El discípulo que rechaza la propuesta de la cruz en todas sus formas: dolor físico y moral, enfermedad, soledad, abandono de los nuestros, fracasos. El Maestro que se abraza a la cruz y entrega su vida por amor. Aquí y ahora, nuevamente el Maestro y el discípulo. Cada uno de nosotros. Con los mismos planteamientos y la misma lógica de Pedro. El Maestro, con la misma propuesta, porque si la salvación vino por la cruz, la aplicación efectiva de la misma no puede venir por otro camino. Jesús no nos llama “Satanás” pero no se desdice de la propuesta de entonces: para corredimir con él, hay que morir con él. No hay alternativa. Hoy, como entonces y como siempre, la salvación del hombre, del mundo y de las instituciones de la Iglesia no vienen por el poder, el dinero, la autoafirmación personal, el egoísmo. Vienen por la aceptación de los planes de Dios que, de una manera u otra, siempre incluyen la cruz: el dolor en cualquiera de tus formas y la lucha contra el egoísmo y la vida comodona, y el unir nuestra entrega a la de Cristo, siendo grano de trigo que muere porque quiere ser fecundo.                  

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