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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 21 del Tiempo Ordianrio (23.VIII.20220) - Ciclo A

LA FE DE UN DISCÍ`PULO CREYENTE

“Tú eres el Hijo de Dios vivo”

*** Un héroe. Un superhombre. El más grande de todos los fundadores de religiones. Estas o parecidas respuestas daría mucha gente de nuestro tiempo, si le preguntáramos qué opinión tiene de Jesucristo, quién piensan que es él. Quienes somos sus discípulos sabemos que, efectivamente, es un héroe y que ninguno de los fundadores religiosos se le puede comparar. Pero no nos quedamos en esa visión externa, dada desde fuera, sino que decimos con Pedro y como Pedro: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. No hacemos esa confesión porque seamos más listos que los demás o porque nos lo hayan asegurado personas tan inteligentes, sabias y buenas como san Agustín, santo Tomás de Aquino o la madre Teresa de Calcuta. Lo sabemos y profesamos porque tenemos fe, porque hemos tenido la inmensa suerte de haber  mamado ese don en nuestra familia y cultivado después en la celebración, en la catequesis y en la fraternidad de nuestras parroquias, asociaciones y movimientos. Cada domingo que hemos participado en la misa con los demás discípulos, cada vez que nos hemos reconciliado en el sacramento de la penitencia, cada vez que hemos comulgado con las debidas disposiciones de alma y cuerpo, cada vez que hemos escuchado la Palabra de Dios y su comentario en la homilía de nuestro sacerdote, cada vez que hemos ayudado o acompañado a otro discípulo en su enfermedad y en su sepelio, esa fe se ha hecho más vigorosa. Todavía no es todo lo fuerte que cabría esperar. Pero es una fe verdadera, a la que Jesús alaba, como alabó la de Pedro. Tendrá que seguir madurando, como tuvo que madurar la de Pedro. Pero llegará un momento en el que será como el mismo Jesús desea y espera. Basta que sigamos los pasos de Pedro: no separarnos de los demás discípulos, no ir solos por la vida, participar cada domingo en la Eucaristía, confesar y comulgar con frecuencia, leer cada día un poco el evangelio, escuchar la voz del Papa, de nuestro obispo y de nuestros buenos sacerdotes, en una palabra: permanecer en la Iglesia de modo activo e íntimamente unidos con los demás hermanos.           

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