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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 5 DEL TIEMPO ORDINARIO (8.II). CICLO B. Proyecto de homilía

ANUNCIO DEL EVANGELIO Y ACCIÓN PODEROSA

 

1. Job, prototipo de la humanidad doliente (1ª lectura). Dios no creó el dolor, la enfermedad y la muerte. Su plan era que el hombre viviese feliz en la tierra y luego en el cielo. Fue el pecado el que introdujo el sufrimiento en el mundo. Desde la primera y decisiva rebelión en el Paraíso, todos los hombres y mujeres son un Job en pequeño o en tamaño natural. Unas veces, es la enfermedad, física o psíquica, propia o de un familiar; otras, la pérdida de un ser querido; otras, un fracaso profesional o una quiebra del negocio; otras, la pérdida del empleo y la subsiguiente imposibilidad de afrontar la hipoteca y los estudios de los hijos; con frecuencia, las crisis en el matrimonio y las desaprensiones y disgustos de los hijos. Así ha ocurrido y así seguirá ocurriendo hasta el fin del mundo. Es verdad que los adelantos técnicos y médicos curan o alivian mucho dolor. Pero también lo es que nunca triunfan del todo y cuando vencen una enfermedad, aparece otra quizás más grave y virulenta. Sin necesidad de caer en pesimismos baratos ni en un sentido trágico de la existencia, hemos de admitir que el hombre padece muchos sufrimientos físicos y morales.

 

2. Jesús, médico de las almas y de los cuerpos (Evangelio).  Jesús se encontró con el sufrimiento humano durante sus correrías apostólicas por Galilea y Judea. Conoció a ciegos, leprosos, paralíticos, moribundos, muertos. No se quedó indiferente; menos todavía, los miró con desprecio o autosuficiencia. Al contrario, se acercó a ellos y los curó. Hoy lo señala el evangelio con absoluta claridad: curó a la suegra de Pedro, «curó a muchos de diversos males» en Cafarnaún y recorrió ciudades y aldeas de Galilea «expulsando demonios». Ciertamente, no curó a todos los enfermos que encontró en su camino ni erradicó la enfermedad y el sufrimiento. A veces, quiso y no pudo hacerlo, por falta de fe y confianza de quienes los padecían; las más de las veces, porque no era su misión. Su misión era anunciar la Buena Nueva de la salvación, es decir: que Dios nos quiere y desea que seamos hijos suyos, hermanos unos de otros y un día vayamos al Cielo para ser felices del todo y para siempre. Esa misión la unía a su acción curativa milagrosa, para apoyar así su mensaje y hacer posible que todos puedan creer y confiar en Dios. Viendo actuar a Jesús descubrimos quién es el que tiene la última palabra y quién es superior a todas las fuerzas y poderes. ¡¡Entonces y ahora!!

 

3. Jesús, un contemplativo que predica, cura y ora (Evangelio). La gente de Cafarnaún estaba entusiasmada con el poder y milagros de Jesús. Viendo que echaba a los demonios y curaba a los enfermos, estaba encantada de que se quedase a vivir con ellos. Pero Jesús se marcha. Primero, a rezar. San Marcos, tan lacónico y detallista siempre, lo dice con claridad: al alba, en el silencio y la paz del amanecer, va a orar a un lugar solitario y al aire libre. En el evangelio de Marcos, la figura de Jesús tiene dos rasgos característicos: su actividad incesante y su oración. Jesús trabaja incansablemente, pero no se deja atrapar por el activismo. Es un contemplativo que predica y reza sin interrupción.

Esta primera marcha no implicaba dejar Cafarnaún; la segunda sí: se fue a predicar por todas las ciudades y aldeas de Galilea. Viene a anunciar a Dios como el verdadero Señor de todos los hombres y que su presencia es portadora de gracia. Este mensaje no tiene como destinatarios exclusivos a los cafarnaítas; ni siquiera a los hijos de Israel. Es para todos. Porque Dios es Dios de todos y todos necesitan el poder y la bondad de Dios.

 

4. Los actuales Cafarnaún y Galilea. Los hombres de hoy sufren la acción del demonio y del dolor con la misma intensidad y extensión que los de Cafarnaún y Galilea de tiempos de Jesús. Nuestro mundo es el Cafarnaún y la Galilea de hoy. Para su fortuna y suerte, Jesús sigue anunciando el Evangelio del Reino, expulsando los demonios y curando las enfermedades y dolencias. Lo hace por medio de la Iglesia, a la cual ha encargado predicar el Evangelio a toda criatura, bautizar y absolver para el perdón de los pecados, orar-ungir a los enfermos con un sacramento específico y aliviar el dolor en todas sus gamas con la acción de todos los cristianos. A veces, como ocurre en el caso de Lourdes, Fátima y tantos casos de curaciones milagrosas, él actúa directamente; pero lo normal es que lo haga por la mediación de la Iglesia. ¡Cuánta gente se llevaría mejor con su cónyuge, con sus hijos, con sus empleados y jefes, con sus amigos y compañeros de profesión, con sus alumnos, consigo mismo y con Dios si se acercara los domingos a escuchar la Palabra de Dios en la Misa, y pidiera a un sacerdote ayuda espiritual de consejo y de perdón! Es la experiencia que tienen quienes así lo hacen: la paz de Dios trae consigo la paz con los demás y la paz con uno mismo. Al margen de Dios y, mucho más, enfrentados con Dios no podemos tener paz ni alegría ni felicidad.

 

5. ¡Ay de mí, si no evangelizare! El evangelio habla de la misión evangelizadora de Jesús por toda Galilea. La segunda lectura muestra a Pablo como un heraldo convencido, incansable, encarnado y gozoso del Evangelio. No lo hacía por propia iniciativa sino porque Jesucristo le había elegido para que le anunciara por todas partes, hasta los confines de la tierra. ¡Ojalá que nosotros sintamos el mismo imperativo y el mismo gozo que él de anunciar el Evangelio en nuestra familia, entre nuestras amistades y colegas y en todos los foros de la vida social en que participamos!              

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