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LITURGIA DEL VATICANO II

PENTECOSTÉS (31.V.09) -Ciclo B

NECESITAMOS AL ESPÍRITU SANTO

«Recibid el Espíritu Santo»


 

 

Estamos en el Cenáculo, la tarde de la Resurrección. Los Apóstoles ya han oído a María Magdalena que Jesús ha resucitado. Deberían estar rebosantes de alegría y de seguridad. Con todo, el miedo les sigue atenazando y no se atreven a salir de casa. En estas, el Resucitado se hace presente. Primero les convence de que está vivo. Después les confía una misión. Les enseña las manos y el costado. Son las manos

traspasadas por los clavos y fijadas en la cruz. Es el costado atravesado por la lanza del soldado, del que manó sangre y agua, como símbolos de la Iglesia y de los sacramentos, especialmente del Bautismo y la Eucaristía. Jesús se ha dejado clavar en una cruz porque ha sido enviado desde el amor del Padre como salvador del mundo. O lo que es igual: para dar a conocer al mundo a Dios como Padre y para cargar sobre Sí con todos los pecados de todos. Lo que ellos ya saben, han de darlo a conocer a los demás, ya que su misión es la misma que la de Jesús. Solos no podrán. Pero terminarán pudiendo con el Espíritu que les comunicará Jesús, cuando sople sobre ellos, diciendo: «Recibid el Espíritu Santo». Ahora sí. Ahora ya pueden anunciar la gran amnistía que Dios ha concedido al mundo por la Cruz y Resurrección de su Hijo. Más aún, podrán realizarla en cada hombre y en cada mujer. Primero, tendrán que anunciarla con la Palabra. Luego, celebrarla con el sacramento del Bautismo. La misión de los Apóstoles, como la de Jesús, no puede ser más que una misión de salvación. Su relación con los hombres no tiene otro fin que anunciarles que Dios les ama como Padre y que desea perdonarles. No violentarán las conciencias, porque es el hombre quien libremente ha de abrirse o cerrarse. Sólo la libertad puede acoger la salvación o dictar sentencia condenatoria contra sí misma. Estamos en unos momentos de especial cerrazón a la salvación que Dios oferta. Es urgente una nueva venida del Espíritu para que nos convenza de nuestra estupidez, de nuestra ceguera, de nuestra miseria. Sólo Él puede cambiarnos. ¡Por eso le necesitamos tanto!             

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