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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 10 DEl TIEMPO ORDINARIO (7.VI). Santísima Trinidad

TODO EL MUNDO ES LA HEREDAD

«Id al mundo entero»

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«Id al mundo entero. Haced discípulos míos a todos los hombres. Bautizadlos. Y consagradlos al Padre y el Hijo y al Espíritu Santo». Estas cuatro frases condensan el evangelio de este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad. En primer lugar, Jesús da a sus Apóstoles un mandato: «Id al mundo entero». Es un imperativo, no un simple ruego, cuyo horizonte son todos los hombres y mujeres del mundo. Él, Jesucristo, es el Señor de todos, porque ha dado su vida por todos y a todos les ha reconciliado con su Padre. Por eso los Apóstoles han de  ir a todos y comunicarles esta Gran Noticia y hacerles discípulos suyos. Ser discípulo comporta vivir la propia vida con Jesús y seguir su ejemplo. No se puede ser discípulo, no se puede ser cristiano, si permanecemos distanciados de Jesús o si acogemos parte de su mensaje, en función de nuestros gustos o caprichos. Para ser discípulo, es indispensable dejarse ganar por Jesús de modo que sea Él el que moldee nuestros pensamientos, nuestros proyectos, nuestras ilusiones, nuestra actividad, en una palabra: nuestra vida entera. El Bautismo es el medio por el cual uno se convierte en discípulo de Jesús, pues el Bautismo realiza lo que simboliza y lo que simboliza es una inmersión total en la vida divina. Bautizarse es bañarse, sumergirse plenamente en la vida de Dios, en el ámbito de la vida y protección del Dios trinitario: «Bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Este en el núcleo del mensaje de Jesús. Él nos ha revelado a Dios como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. El Dios que nos ha dado a conocer Jesucristo no es un Dios solitario, un Dios que está sólo sino un Dios que tiene interlocutor. Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo viven en comunión. Junto a Dios Padre está el Hijo y ambos están unidos por el Espíritu Santo en el amor divino. Nosotros somos bautizados en el nombre de este Dios que es en sí mismo comunión y por el Bautismo somos acogidos en la familia de Dios, pasamos a ser hijos e hijas de Dios. ¡Qué grande es el Dios cristiano y qué inmensa suerte formar parte de su familia!   

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