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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 13 del Tiempo Ordinario (1.VII.2018- Ciclo B

LA PEOR LOCURA

“¿Quién me ha tocado?”

****** Jesús está de nuevo en su tierra, tras abandonar la Decápolis. La gente ha advertido su presencia y se le ha juntado una gran muchedumbre. Entre ellos, Jairo, un jefe de la sinagoga, que ha venido a pedirle que cure a su hija que se está muriendo. Mientras van a casa de Jairo, ocurre algo espectacular. Una mujer, que tiene hemorragias incurables y se ha gastado inútilmente sus dineros en médicos, quiere aprovechar la oportunidad. “Si logro tocarle –se dice- me curaré”. Con esa fe, toca a Jesús. Y, efectivamente, se cura. Nadie lo advierte, salvo el mismo Jesús, que, vuelto hacia donde está la mujer, pregunta: “¿Quién me ha tocado?” –“Te están apretujando –dice Pedro- y preguntas ¿quién me ha tocado? Pero él sabe que en medio de tantos apretujones alguien le ha tocado de modo personal. La mujer se siente descubierta y se acerca temblorosa para contar toda la verdad. Jesús, lejos de reñirla, le apostrofa: “Tu fe te ha salvado”. ¡Qué distinta es nuestra reacción! Cuántos no solo no se acercan sino que se alejan de Jesús cuando llega un cáncer incurable, la muerte de un hijo joven, del  padre o de la madre, la quiebra del negocio, la pérdida del empleo, el abandono del cónyuge. Cuando ocurren estas cosas –que ocurren- es cuando más necesitamos ir a Jesús, cuando más necesitamos su ternura, su compasión, su ayuda. Quizás no nos convenga lo que pedimos y él –que sabe más y ve más lejos- no nos lo conceda. Porque tampoco curó todos a los enfermos ni resucitó a todos los muertos de su tiempo, como hizo hoy con la hija de Jairo. Pero entonces –y ahora- consoló, dio paz, devolvió la esperanza a cuantos se le acercaron. Sólo nos pide que tengamos fe en él, que nos abandonemos a él. No caigamos en la peor de todas las locuras: no ir al médico cuando más le necesitamos. Quienes le han dado la espalda y se han refugiado en la droga, el sexo, el incesante ir de acá para allá, no han encontrado la paz y la alegría. Hagamos la experiencia de ir a Jesús, de abrirle el corazón, de contarle lo que nos pasa, de pedir su ayuda. Volvamos, si es preciso. No nos arrepentiremos.     

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