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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 12 del Tiempo Ordinario (24.VI.2018) - Ciclo B

¿QUIÉN ES ÉSTE?

“El viento cesó y vino una gran calma”

****  Estamos en medio del mar de Tiberíades. Jesús ha subido a la barca de los apóstoles y se dirigen a la otra orilla. Se coloca en proa, que es la parte de atrás, y se echa a dormir, porque está cansadísimo por el trabajo del día. De pronto las aguas se arremolinan por la fuerza del viento y llenan la barca. Los apóstoles, pescadores de oficio, advierten que pueden naufragar y se llenan de miedo. Jesús está tan rendido, que ni el viento ni el agua le despiertan. Lo hacen los gritos de los apóstoles, que le dan unos buenos meneos, mientras le gritan: ¡Que nos hundimos! Jesús se despierta y, sin inmutarse, dice a las olas bravías: ¡Deteneos! Y viene la calma. Los hombres no podemos hacer frente a la naturaleza desatada: un volcán, una gota fria, una tormenta de granizo, un terremoto de diez grados, una galerna en el Cantábrico. Dios sí. Por eso, al mandato imperativo de Jesús las olas se calmaron y volvió la serenidad al lago y a la barca. La barca en la que navegan Jesús y los apóstoles no es sólo la del mar de Tiberiades. Es también la Iglesia. Mientras atraviesa los mares de la historia de los pueblos y de los hombres, con mucha frecuencia se encuentra en situaciones tan apuradas y difíciles que parece que se hunde sin remedio. No hay que asustarse. Jesús va en ella, pues la Iglesia es suya, no  nuestra. Y él puede más que todas las fuerzas del mal juntas. También más que los proyectos, programas y poderes del nuevo orden mundial, empeñado en destruir la naturaleza del hombre y de la mujer, la vida de todos los que ‘estorban’-, la familia, la moral de los niños y de la juventud y un largo etcétera. Dios puede más y esas fuerzas serán derrotadas. Como lo serán nuestros miedos y angustias cuando la barca de nuestra vida parece que se hunde, porque quiebra el matrimonio, perdemos el puesto de trabajo, nos abandonan los hijos cuando más les necesitamos. Basta que hagamos lo mismo que los apóstoles: gritar a Jesús y pedirle ayuda, porque nos vamos a pique. Vendrá, no lo dudemos. Quizás nos haga esperar para aumentar nuestra fe. Pero vendrá a devolvernos la paz y la ilusión de seguir viviendo. Y nos haremos la gran pregunta: “¿Quién es éste?             

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