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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 11 del Tiempo Ordinario (17.VI.2018)- Ciclo B

LA HORA DE LA CONFIANZA

“La semilla crece de día y de noche”

******* En la vida de las instituciones sucede como en la de las personas. Hay momentos de euforia y momentos de declive, situaciones favorables y enfermedades graves. La situación actual de la Iglesia es, en no pocos aspectos, de aparente declive y enfermedad. Los seminarios están mediovacíos, un día sí y otro también se cierran conventos de monjas y religiosos. El clero envejece. Los que participan en las misas dominicales no son precisamente jóvenes. Todo esto puede poner en crisis  nuestra confianza, empujarnos hacia el pesimismo y debilitar nuestro dinamismo. Sería lo peor que nos podría suceder. Porque estaría indicando que teníamos puesta nuestra confianza en nosotros mismos y no en Dios. Alguna vez he pensado que lo que está ocurriendo puede ser una permisión de Dios para que confiemos menos en nosotros mismos y más en su fuerza y en el poder del Espíritu Santo. Sea como fuere, lo cierto es que el evangelio de hoy nos viene como anillo al dedo para recuperar o afianzar nuestra esperanza. El reino de Dios, la Iglesia, tiene en sí fuerza expansiva suficiente para seguir cambiando el mundo. Hay en ella una semilla con una fuerza y un dinamismo imparables. No sabemos cómo ni cuándo, pero los frutos siempre aparecen. Le ocurre como al grano de trigo que siembra el labrador en su campo. Mientras él duerme o echa una partida de mus en el bar, la semilla sigue desarrollándose. Quizás en un principio es tan pequeña como un grano de mostaza, que casi hay que verlo con el microscopio. Con el tiempo se hace un arbusto en el que pueden anidar los pájaros. Ya ocurrió en el principio. La Iglesia madre de Jerusalén fue una cosa muy sencilla, pequeña y humilde. Más aún, desde el principio tuvo que enfrentarse con la hostilidad de las persecuciones. Pero, al cabo de unos siglos, había prevalecido sobre el poderoso Imperio Romano y penetrado en todas sus instituciones, cambiándolas desde dentro. No ha sido la única ni la última vez que esto ha ocurrido. Tengamos, pues, confianza. Dios no pierde batallas y nadie es más poderoso que él. ¡Es la hora de esperar y confiar!       

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