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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 27 del Tiempo Ordinario (2 de octubre de 2016) - Ciclo C

FE, CABEZA Y CORAZÓN

Fe como un grano de mostaza

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“¡Señor: auméntanos la fe!” Esta es la petición que hicieron los apóstoles cuando comprobaron cuánto distaba su fe de la que debían tener. ¿Qué querían los apóstoles y a qué se refirió el Señor cuando les contestó? Ciertamente no le pedían que les enseñara más verdades, que les diera más ideas sobre Dios sino que les aumentara la confianza en Dios. Jesús les responde en esa línea, pues les dice: “Si tuvierais fe como un gramo de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería”. Se trata de una fe que obra, de una fe que no se queda en la inteligencia sino que pasa a la vida, que se traduce en obras. Obras son, en efecto, arrancarse y plantarse, y obra es también obedecer. Es la fe que han tenido los santos. Ellos han hecho lo que los demás llamamos “cosas imposibles”. Como imposible nos parece lo de la morera de la que habla Jesús. ¿Por qué hicieron posible lo imposible? Porque se fiaron de Dios, porque confiaron plenamente en Dios. Los cristianos de hoy tenemos que hacer posibles cosas que son imposibles para nuestras fuerzas y cualidades. ¿Quién es, en efecto, tan iluso que piense que la nueva evangelización la podemos hacer nosotros con nuestros talentos? Y, con todo, hay que hacerla. Pero no la haremos si no pedimos al Señor que aumente nuestra fe en su poder y en su amor y, luego, si no obramos de acuerdo con lo que le pedimos. El papa Benedicto XVI –con su clarividencia y precisión de siempre- escribió, al principio de su primera encíclica, unas palabras que pueden esclarecer qué tipo de fe necesitamos los cristianos de hoy. Decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Para ser cristiano hay que tener fe-confianza en Jesucristo, encontrarnos con su Persona, hacerle “la razón de nuestra vida”. Mientras esto no ocurra, nuestra fe será teórica y tibia. La morera no se plantará en el mar. Aunque sepamos bien el Credo ¡Cómo no acudir a Jesucristo con las mismas palabras de los apóstoles: Señor, auméntanos la fe!          

 

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