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LITURGIA DEL VATICANO II

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (1.XI)

LA GRAN OFERTA DE DIOS AL HOMBRE

«Estad alegres y contentos»

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¿Qué es lo que Jesús tiene que ofertar a los hombres? La Bienaventuranza, dice san Mateo. Por eso ha querido comenzar el ministerio público de Jesús con las ocho bienaventuranzas. Jesús no ha venido a la tierra a ofertarnos un código moral ni un sistema de verdades. Menos todavía, un conjunto de realidades humanas para cuya realización bastan un poco de talento y un buen corazón. Lo que Él ha venido a ofertarnos es el Reino de Dios, es decir, Él mismo: su Persona y su obra salvadora. Ningún otro puede hacer tal oferta. Por eso, no entenderíamos en toda su hondura las Bienaventuranzas si pusiéramos el acento en las disposiciones, actitudes y comportamientos con que hemos de acogerlas. Ciertamente, tales actitudes y comportamientos son necesarios, porque Dios no se relaciona con cadáveres sino con personas libres y responsables; y, además, ofrece el don, no lo impone. Pero lo decisivo es que Dios se acerque a nosotros para ofrecernos la posibilidad de enrolarnos en su propia vida y compartirla por toda la eternidad. He dicho bien: para compartirla plenamente en la eternidad. Porque las Bienaventuranzas no se realizan en esta vida sino en la otra. En esta vida se incoa la posesión de Dios, la salvación, la vida eterna. Pero la total y definitiva posesión de Dios, de la salvación, de la vida que es Vida se realizará cuando este mundo haya pasado y aparezcan los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva. Esto sólo es posible por el inmenso amor que Dios tiene al hombre. De ahí que las Bienaventuranzas sean una proclamación solemne y reiterada de que Dios se nos dará a Sí mismo y con Él la satisfacción plena, total y eterna de los deseos y aspiraciones más vehementes que anidan en nuestro corazón. Vale la pena que seamos pobres de espíritu (humildes de cabeza, corazón y vida), misericordiosos, pacíficos, limpios de corazón, hambrientos de santidad y justicia, perseguidos por ser fieles a Jesucristo. El que tiene ahora el espíritu de las Bienaventuranzas, será Bienaventurado después de su muerte.¡Y  para siempre!   

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