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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (27.X.2019) - Ciclo C

FARISEOS Y PUBLICANOS MODERNOS

“El que se humilla será ensalzado”

*** Dos hombres, dos actitudes, dos respuestas y una enseñanza. Esta es la espina dorsal del evangelio de este domingo. Dos hombres: un fariseo y un publicano. Los fariseos pasaban por ser muy cumplidores de la Ley de Moisés; los publicanos estaban en las antípodas, tanto por su mala reputación como por sus hechos. Dos actitudes: ambos suben a orar al Templo. El fariseo lo hace de pie y proclamando que no es “como los demás: ladrones, injustos, adúlteros”. El publicano lo hace de modo completamente distinto: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador”. Dos respuestas: Dios no escucha la oración del fariseo, porque es una oración soberbia y engreída; en cambio escucha la del publicano, porque es humilde. Una enseñanza: Dios humilla a los soberbios y enaltece a los humildes, pues a uno le escucha en su oración y a otro no. Esta es la gran enseñanza de Jesús para nosotros: hemos de rezar y hacerlo con perseverancia, como nos enseñaban los últimos domingos. Pero es imprescindible que lo hagamos con humildad. Y ¿qué es la humildad? Santa Teresa de Jesús nos lo dice con su clásica claridad y belleza: “humildad es andar en verdad”. Si uno no roba ni mata  ni trata mal a su cónyuge ni es un incompetente profesional no anda en verdad si dice que es un ladrón, un asesino, un mal esposo y un mal profesional. Porque eso es mentira. El humilde reconoce todos los bienes materiales y espirituales que posee. Está contento con ellos y da gracias a Dios. Pero, ojo, no se los atribuye a su esfuerzo, a su espíritu de iniciativa, a su trabajo, a su bondad, sino que reconoce que todo eso es un don inmerecido que Dios le ha hecho. La vida, la salud, las habilidades manuales, el talento, la inventiva y todo lo demás son un don de Dios. Él es un pobre hombre, un menesteroso radical, un arruinado incapaz de saldar sus deudas, un pecador que necesita permanentemente que Dios y los demás perdonen sus pecados, sus carencias y sus omisiones. Reconocer esto y acudir a Dios con este fardo para que tenga misericordia es andar en verdad, es rezar con verdad, es ir por el camino que a Dios le agrada.            

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