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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA (28.II.2010) - Ciclo C

JESÚS, EL HORÓSCOPO Y LOS ADIVINOS

«Es mi Hijo. Escuchadle»

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Estamos en el monte Tabor. Jesús ha subido con sus discípulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan. Quiere hacerles partícipes de una gran experiencia: que descubran quién es él. Porque todavía no lo saben bien. Hasta ahora le han conocido en su apariencia externa, saben dónde ha nacido y vivido, cuáles son sus costumbres y su timbre de voz. Hoy van a conocer a otro Jesús. Mejor: van a conocer al verdadero Jesús, al que no se puede ver con los ojos de todos los días ni con luz normal del sol, sino que es fruto de una revelación imprevista, de un cambio, de un don. Sin saber cómo, de pronto comienzan a ver que sus vestidos se vuelven más blancos que la nieve, que su rostro se torna deslumbrante, que su cuerpo parece otro. Una nube los envuelve a todos. De ella sale esta voz: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». «Escuchadle», oímos que el Padre nos dice también a nosotros. Sí, «escuchadle», porque este es vuestro único Maestro, vuestro único Doctor, vuestro único Salvador. Bien, decimos nosotros, pero ¿dónde puedo escuchar hoy a Jesús, dónde puedo oír su voz, dónde puedo encontrar sus palabras? El Evangelio es el lugar por antonomasia en el que Jesús habla hoy. Pero todos sabemos, por experiencia, que las palabras del Evangelio se pueden interpretar de modo diverso. Quien nos asegura del verdadero sentido, quien nos dice cuál es la palabra verdadera de Jesús y su verdadero sentido es la Iglesia que él mismo ha fundado. Por eso, es importantísimo conocer la doctrina de la Iglesia. Pero conocerla de primera mano, no como la presentan los medios de comunicación social, que tantísimas veces la interpretan de modo distorsionado o parcial. Pero casi tan importante como esto es saber dónde no habla Jesús. No habla en los magos, adivinos, echadores de cartas, horóscopos, sesiones espiritistas ni en el ocultismo, modos paganos que hoy han vuelto a nuestra sociedad. Porque cuando falta la fe, crecen las supersticiones. Volvamos, pues, al Tabor y oigamos la voz del Padre, que nos manda: «Escuchad a mi Hijo», él es vuestro Maestro, vuestro único Mediador, vuestro Salvador.     

 

 

    

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