Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO (12.IX.2010) - Ciclo C

¿DIOS ODIA AL PECADOR?

«Deberías alegrarte, porque ha vuelto tu hermano»

___________________________________________________

El texto evangélico de este domingo contiene las que han sido calificadas como «las tres perlas del evangelio»: la oveja perdida, la dracma extraviada y el hijo pródigo. Ellas, especialmente la tercera, han convertido a más gente que todos los predicadores de todos los tiempos. Son tres parábolas sacadas de la vida: un pastor pierde una oveja, un ama de casa extravía una moneda, un hijo rompe con su padre. Las tres tienen en común que han roto la relación normal con el dueño, las tres siguen interesando a éste, las tres terminan retornando a la situación anterior, y las tres, por esta vuelta, producen una gran alegría al pastor, al ama de casa y al padre. La fuerza de estas parábolas en labios de Jesús radica en que él quiere enseñarnos algo que nos afecta a cada uno de nosotros en lo más profundo de nuestro ser. Tú y yo somos la oveja que ha abandonado el rebaño, la dracma que se pierde y el hijo que rompe las relaciones con su padre. En contra de lo que tú y yo podamos pensar, tú y yo seguimos interesando al pastor, al ama de casa y al padre. Pastor, ama de casa y padre que tienen otro nombre: Dios. Cuando rompemos con Dios y nos separamos de él, él no rompe con nosotros. Ni siquiera espera que nosotros volvamos. No. Es él el que toma la iniciativa y va a buscarnos. Va un día y otro, hasta que cerremos los ojos a este mundo. Y va en actitud de amor y de misericordia. ¡Qué consuelo saber que, siendo pecadores como somos, somos amados por Dios, que Dios sigue volcado hacia nosotros con amor! Tiene siempre los brazos abiertos para acogernos en su casa, sentarnos a su mesa, compartir su amor. No aprueba nuestros pecados ni se queda indiferente ante ellos. Quiere que nos convirtamos, que cambiemos de vida. Pero mientras eso sucede, él sigue amándonos. No me preguntéis porqué. Preguntad a una madre, por qué abraza a su hijo destrozado por la vida en lo físico, moral y humano. Ella se limitará a musitar: soy su madre, es hijo mío. Eso es lo que nos dice Dios: soy tu Padre, eres mi hijo. ¡Gracias, señor mío Jesucristo, por haberme descubierto cómo es el Dios en el que creo!       

 

 

 

0 comentarios