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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO (5.XII.2010) - Ciclo A

PREPARAD EL CAMINO DEL

SEÑOR

«Dad el fruto que pide la conversión»

Jerusalén era en tiempos de Jesús una ciudad rodeada por el desierto. Por la parte oriental se accedía a través de carreteras, apenas señaladas y que desaparecían bajo la arena arrastrada por el viento. Por la occidental, los accesos se degradaban aún más. Por eso, cuando un personaje importante tenía que venir a la ciudad, era indispensable salir e internarse en el desierto para abrir una carretera provisional. Para ello se quitaban los obstáculos, se allanaban los montones de arena, se rellenaban las vaguadas que habían formado los temporales. Este es el contexto en el que resuena la voz potente del Bautista: «Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos», porque «llega el esperado de las naciones». Hay que prepararle el camino para que pueda llegar. Pero ese camino no se prepara en la tierra sino en el corazón de cada uno mediante un cambio profundo de mentalidad y de vida. Hay que allanar las montañas del orgullo -que lleva a ser despiadado y sin amor con los demás-, de la injusticia que engaña al prójimo, de los rencores, las venganzas, las traiciones del amor. Hay que rellenar los valles de la pereza, de la desgana para las cosas de Dios, de la incapacidad de imponerse un mínimo de esfuerzo, de todo pecado de omisión.  Hay que espalar la violencia, la superficialidad, la impureza, las borracheras, y no sólo las de alcohol, sino también las de la droga, la propia belleza, la propia inteligencia y la que es la peor de todas las borracheras: la de estar pagado de uno mismo. En pocas palabras: hay que dejar la vida de pecado y volvernos a Dios. Y del pecado se sale, dejando de ver los programas obscenos de la televisión y las revistas pornográficas, alejándose de aquella persona que está poniendo en peligro tu matrimonio, pasando de la mera convivencia al matrimonio, no robando a la Administración, trabajando y pagando según justicia, cuidando de la vida no nacida,  y, sobre todo, recibiendo el sacramento de la Penitencia. Esto es prepararse a la Navidad, a recibir al Salvador que viene. Si rehacemos el camino de nuestro corazón, la próxima Navidad no será una fiesta sin más, sino una fiesta de salvación.                  

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