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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO (12.XII.2010) - Ciclo A

DIOS TIENE Y PUEDE DAR LA FELICIDAD

«Alegraos en el Señor»

 

 

 

Alguien ha dicho que la humanidad es una inmensa muchedumbre puesta de puntillas  alrededor de un árbol para coger su fruto. Ese árbol es el árbol de la felicidad. Es verdad. Todos queremos ser felices. ¿Por qué, entonces, son tan pocos los que son felices y por qué los que son felices lo son por tan poco tiempo? La razón es doble. Por una parte, porque en este mundo no existe la felicidad total ni duradera. En segundo lugar, porque hacemos de la felicidad un ídolo, un sustituto de Dios; y como la felicidad está en Dios y sólo él puede darla, al apartarnos de él, nos alejamos de la felicidad. Hay algo sobre lo que todos tenemos experiencia: personas que no tienen dinero, puestos, posición social, títulos... y son felices. Y, el contrario, personas con todo eso y son unos desgraciados. Si nos fijáramos con un poco de atención, descubriremos que las personas más creyentes y más cercanas a Dios son también las más felices, y al revés, las más alejadas de Dios son las más desgraciadas, las que más necesidad tienen de recurrir al sexo, a la droga, al alcohol, y a tantos sucedáneos que terminan arruinando no sólo el alma sino también el cuerpo y la vida. Las personas realmente buenas no sólo disfrutan con lo que podríamos llamar “alegrías espirituales”. Disfrutan también de las cosas honestas: viendo crecer a sus hijos, trabajando bien y para ser útiles a los demás, dando gracias a Dios por la salud, pintando un cuadro, subiendo a la montaña o contemplando un atardecer. Es una falsedad pensar y decir que la gente que busca y encuentra a Dios no es feliz. Que se lo digan, por ejemplo, a las monjas de clausura, al médico que pasa la vida aliviando el dolor o al que viene de hacer una confesión arrepentida después de haber estado enfangado durante muchos años. Pero no hay que preguntárselo a nadie. Nosotros mismos somos el mejor testigo. ¿No es verdad que hemos sido más felices cuando hemos hecho el bien que cuando hemos hecho el mal? En el horizonte se ve ya al Mesías que viene a nuestro encuentro para ser nuestro Salvador, para darnos su paz y su alegría.¡Abrámosle la puerta de nuestro corazón!          

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