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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO (16.I.2011) -Ciclo A

¿TODAVÍA HABLANDO DE PECADO?

«Este es el Cordero de Dios»

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Seguimos en el escenario y con los personajes del domingo anterior: las orillas del Jordán, Juan el Bautista, Jesús y la muchedumbre. Pero hoy vamos a ser testigos de algo excepcional, pues vamos a conocer quién es Jesús. Como la identidad de Jesús no es evidente, no basta verle para comprender quién es y lo que él ofrece. Necesitamos que alguien nos le diga y que aceptemos ese testimonio, porque Jesús no se impone por la fuerza de la evidencia o de la violencia. Juan sabe quién es Jesús. No es que sea excepcionalmente inteligente, sino que se lo ha dado a conocer el Espíritu Santo. Y Juan da testimonio y nos dice: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», este es «el Hijo de Dios». Jesús es «Cordero de Dios» y el «Hijo de Dios» y su misión es «quitar el pecado del mundo». No es un genio que ha venido a enseñarnos construir casas, puentes o autopistas, ni a desvelarnos el modo de curar el cáncer. Jesús es el «Hijo de Dios», Dios, que se ha hecho hombre para descubrirnos quiénes somos y cuál es nuestro destino, y para hacernos posible que alcancemos la plenitud de sentido de nuestra vida. Él sabe mejor que nadie que el hombre sólo conoce quién es y cuál es su destino si mantiene con Dios una relación correcta. Y como el pecado hace imposible que exista esta relación, sólo quien destruya el pecado, dará al hombre la posibilidad de que saber quién es, cuál es su dignidad, cuál su misión y cuál el destino para el que ha sido creado. Jesús ha venido para eso, para «quitar el pecado del mundo», el pecado de todos los hombres y de la misma creación, manchada por el hombre. Más aún, por medio del Espíritu y del agua –por medio del bautismo- comunica al hombre la vida inagotable de Dios, estableciendo una nueva relación con él. Porque su bautismo es purificación y nuevo nacimiento. El «Hijo de Dios», haciéndose «Cordero» por el hombre, destruye el pecado y devuelve al hombre la grandeza que el pecado había destruido. Para fortuna nuestra, todavía hay que hablar del pecado y de que Jesús lo destruye, si le dejamos. ¡ Qué vida sería la nuestra si dejáramos entrar en ella a Jesús!        

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