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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 4 de Adviento (23. XII. 2018) - Ciclo C

LA PRIMERA CUSTODIA DE LA HISTORIA

“Bendita tú entre las mujeres”

**** “Ahí tienes a tu pariente Isabel. Ya está de seis meses la que decían que era estéril, porque para Dios nada hay imposible”. Con este recado se despidió el ángel de María, tras anunciarla que Dios la había elegido para ser su Madre. María era una jovencita, casi una niña, y su prima una anciana. No tenía hijos y su esposo era también muy mayor. Ella era la única que podía ayudarla en su embarazo. “Y se puso en camino”, dice el evangelio. Unos ciento cuarenta kilómetros separaban Nazaret, donde ella vivía de Ayn Karim, donde vivía su prima. De punta a punta. No tenía coche, ni un autobús como el que usamos para ir a Madrid o Valladolid. Fue andando, unida probablemente a una de las caravanas que se dirigían a Jerusalén o a Egipto. Al llegar, hizo lo que era de rigor: abrazó a su prima, le dio un beso y le dijo: “Shalom, la paz esté contigo”. Muchas veces la habían saludado así. Pero sólo ahora había sentido algo tan especial, que comenzó a gritar, tras llenarse del Espíritu Santo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. No era para menos. María era ya una custodia en la que estaba Dios-Encarnado. No se le veía, pero estaba. Por eso, Isabel al conectar con esa realidad divino-humana, sintió que el hijo que llevaba en sus entrañas había saltado de gozo en su seno. Se había producido el primer gran milagro de Jesús: María había hecho posible que, ya antes de nacer, su Hijo fuese el Salvador, el santificador del que un día seria su Precursor. Tenía sobradas razones para seguir gritando: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” No lo merecía. Pero María ya había dicho al ángel: “Aquí está la esclava del Señor”. ¡Ojalá que durante estas Navidades digamos a María, con el mismo fervor, que Isabel lo que tantas veces hemos rezado en el Avemaría: “bendita tú entre las mujeres”; y que las vivamos con tal fe, que también pueda decirnos como a María: “Bendita tú que has creído”, feliz tú que has creído que Dios se hecho verdadero hombre!             

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