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LITURGIA DEL VATICANO II

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (30.I.2011) - Ciclo A

¿SE EQUIVOCA  CRISTO O NOSOTROS?

El evangelio de este domingo es el de las Bienaventuranzas. Alguien ha dicho que con ellas Dios ha dado ‘un golpe de estado universal’. No le falta razón. Porque las Bienaventuranzas ponen patas arriba los criterios de valor de los hombres. ¿Qué líder político presentaría hoy un programa cuya espina dorsal fuese la pobreza, la humildad, el dolor y la persecución? Pues ese es, exactamente, el programa que Cristo presenta en las Bienaventuranzas. «Bienaventurados» –felices- los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos, los que padecen persecución por la justicia, los perseguidos e injuriados con todo tipo de denuestos. Si saliéramos a calle y preguntásemos a las cien primeras personas qué les parece este programa, seguramente que noventa y nueve nos dirían: «Es absurdo, es el programa de un loco» Si, luego, preguntamos, por qué, responderían, dando voz a lo que llevan en su corazón: «Porque la felicidad está en tener mucho dinero y mucho poder, y en disfrutar a tope del sexo y del placer». Efectivamente, la mayoría de la gente de hoy –y de siempre- piensa que la felicidad va asociada a la riqueza, al poder político, mediático y social, al disfrute de lo que comúnmente se llama «la vida». Pero hay que pararse a pensar. Porque todos conocemos gente con mucho dinero, gente famosa, gente que manda mucho y, sin embargo, son unos desgraciados. Y al contrario, todos conocemos a personas que son un don nadie en dinero, poder y fama pero son felices. ¿Qué es lo que marca la diferencia de la felicidad? Lo dice la segunda parte de cada Bienaventuranza: la diferencia es «Dios». Los que se sienten queridos, protegidos, perdonados y premiados por Dios, los que tienen a Dios como tesoro ¡esos son los verdaderamente felices y dichosos! Por eso es el Cielo es la suprema Bienaventuranza, la felicidad completa, el gozo pleno. La tierra, ciertamente, nunca es el Cielo del todo. Pero los que más logran que se parezca a él, esos son los más felices. La Santa de Ávila lo dijo con su clásica galanura: «Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta».         

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