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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 14 DEL TIEMPO ORDINARIO (3.VII.2011) - Ciclo A

¿LE INTERESA AL HOMBRE

SER SOBERBIO ANTE DIOS?

«Has revelado estas cosas a la gente sencilla»

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La respuesta a la pregunta es clara: no. Lo dice con toda claridad el Evangelio de hoy, cuyo comienzo no puede ser más desafiante: «Te doy gracias, Padre –dice Jesús-, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las han revelado a la gente sencilla» “Estas cosas” eran todo lo que Jesucristo afirmaba de sí mismo: que era Dios e Hijo de Dios, el Mesías esperado, el único que conoce al Padre y el único que le puede dar a conocer; y que sus milagros avalaban sus palabras. “Estas cosas” no las admitían los doctores de la Ley, que se creían poseedores de la llave de las Escrituras, y, según ellos, las Escrituras Santas hablaban de un Mesías muy distinto. Incluso iban más lejos, pues llamaban a Jesús «endemoniado» y obrador de milagros «con el poder del demonio». La gente sencilla, en cambio, admitía de buen grado y hasta con entusiasmo lo que Jesús decía y, sobre todo, los milagros que realizaba. Esta actitud subyuga a Jesús y le hace exclamar en una entusiasta acción de gracias: «Te doy gracias, Padre porque has dado a conocer estas cosas a la gente sencilla». Hace algún tiempo, el director de una revista nacional daba en el clavo sobre quién es hoy esta “gente sencilla”. «Señor –decía él-, dame la fe de mi madre, que no había estudiado teología». Más de un profesor de teología lo repetiría de buen grado. Que nadie piense que Jesús, o cualquiera que tenga un mínimo de sentido común, desea la ignorancia, la irresponsabilidad intelectual o la renuncia a la inteligencia de la fe. Se trata de algo mucho más profundo que todo eso. La “gente sencilla” que entendía a Jesús es la gente que se identifica con «los pobres de Yahvé». Esa gente sabe que no que no lo entiende todo y que no tiene respuesta para todo, y siente necesidad de Dios. En su humildad reconoce la verdad. Por eso, Dios le descubre el sentido de la vida, de la muerte, del dolor y del más allá. Los engreídos y autosuficientes, como no necesitan a Dios, se quedan a oscuras en lo que realmente importa. ¡Para echarse a temblar! Decididamente: al hombre no le interesa ser soberbio ante Dios.             

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