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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 15 DEL TIEMPO ORDINARIO (10.VII.2011) - Ciclo A

 

TIERRA, SIEMBRA

Y COSECHA

«Salió el sembrador a sembrar»

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A estas alturas del ministerio público de Cristo, su predicación ha topado ya con el rechazo de muchos y el desencanto de bastantes. También ha encontrado el apoyo incondicional de la gente sencilla y buena. Los escribas y fariseos le han echado en cara que su mensaje no vale nada, que no fructifica, que no produce cambios en el pueblo. El reproche se ha ido repitiendo a lo largo de los siglos y hoy se corea con vocerío en tantos lugares. Jesús salió al paso del mismo con la parábola del sembrador, que se lee en el evangelio de este domingo. Lo que Jesús quería enseñar con esa parábola es bien sencillo: el problema de los frutos no radica en su mensaje sino en la respuesta del hombre. Algunos lo oyen como quien  oye llover. Otros, lo acogen de buen grado, pero lo abandonan cuando llegan las dificultades. Otros, lo sofocan con las mil preocupaciones del dinero, del disfrute de la vida y de sus negocios y trabajos. Pero no faltan los que lo acogen en su mente y en su corazón y lo llevan a su vida personal, profesional, familiar y social. Y dan frutos abundantes y selectos. Ahí está la pléyade de los santos de todos los tiempos. La misma semilla de la Palabra de Dios produce frutos muy diversos. Todo depende de la acogida que damos los hombres. Así ocurría en tiempos de Jesús, así sucede hoy y así será mientras el mundo sea mundo. Por eso, sería una gran injusticia y una inaceptable calumnia achacar al mensaje de Jesús los males que ocurren en el mundo. Sería una enorme incongruencia intelectual y moral decir que el cristianismo carece de valor, porque es incapaz de cambiar el mundo. Lo cierto es que el mundo ha cambiado mucho gracias al cristianismo y si todavía es como es, se debe, precisamente, al rechazo del cristianismo. Los crímenes que hoy se cometen contra los no nacidos, contra los enfermos terminales, contra las poblaciones de los países en vía de desarrollo, etc., ocurren porque se rechaza el mensaje de Jesús y su doctrina sobre la vida humana. Por eso, más que lamentarnos del fracaso del cristianismo, deberíamos tener la valentía de preguntarnos: ¿qué clase de terreno soy yo?    

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