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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 16 DEL TIEMPO ORDINARIO (17.VII.2011) - Ciclo A

LA CONVIVENCIA ENTRE EL MAL Y EL BIEN

«Lo ha hecho el enemigo»

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¿Por qué existe el mal en el mundo? ¿Por qué existe el mal en la Iglesia? ¿Por qué triunfa la maldad y es humillada la inocencia? ¿Por qué Dios no interviene y parece cruzarse de brazos? El evangelio de hoy es la respuesta. Y la respuesta es ésta: Dios ha previsto las cosas de un modo diverso a como las pensamos nosotros, pues quiere que, mientras vivimos en la tierra, convivan y estén mezclados el mal y el bien, los buenos y los malos. Pero esta situación no durará siempre ni implica que sea igual obrar el bien que hacer el mal. Habrá un punto de inflexión en el que serán separados. Es «el tiempo de la siega», «el final del mundo». En ese momento, los que se preguntaron qué quería Dios de ellos y se esforzaron sinceramente en cumplirlo, serán acogidos en el Reino y pertenecerán para siempre a la familia de los hijos de Dios en el Cielo. Los que no se hicieron esa pregunta y se rigieron por su egoísmo e incluso trataron de arrastrar a otros por esos derroteros, serán excluidos, también para siempre, de esa familia. El que no ha querido saber nada con Dios durante su vida, al final no será obligado por Dios a vivir en comunión eterna con Él. Dios respeta tanto nuestras decisiones, que incluso respeta que nos decidamos contra él. Pero, al final, nosotros tendremos que pechar con las consecuencias de nuestras decisiones. El trigo y la cizaña, el bien y el mal, los buenos y los malos están llamados a convivir mientras el mundo sea mundo. Y mientras la Iglesia sea Iglesia. Porque también en la Iglesia conviven discípulos fieles y discípulos que no lo son. Pero, al final vendrá la separación. Eterna e irrevocable. Jesús lo pasó mal durante su vida y también los discípulos pasan por dificultades. Pero ahí están. Quizás como un grano de mostaza o un puñado de fermento. Si perseveran en hacer el bien, el grano se convertirá en árbol frondoso y la levadura fermentará toda la masa. Eso ocurrirá al final, cuando Dios haga el balance definitivo, cuando el Reino llegue a su plenitud.         

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