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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO (6.XI.201) -Ciclo A

ESTAR PREPARADOS PARA

EL GRAN EXAMEN

«Y se quedaron fuera»

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En tiempo de Jesús, el ambiente de las bodas judías era un poco distinto al de las nuestras. Lo habitual era que la novia esperase en casa de su padre con un grupo de amigas, que allí viniese a buscarla el novio y que ambos, acompañados por un concurrido cortejo, fueran hasta la casa del esposo, donde se celebraba la boda con un banquete. Las amigas de la novia debían acompañar el cortejo nocturno con  lámparas y antorchas. Como el esposo podía retrasarse, estas amigas tenían que preverlo, y llevar las lámparas no sólo el aceite que cabía en ellas, sino el suplementario, por si hacía falta añadirlo. En caso contrario, sus lámparas podían apagarse y quedase incapacitadas para cumplir su cometido y no entrar al banquete. La parábola de hoy se pone en esta situación: diez amigas esperan con una novia la llegada del novio. Éste se retrasa. Cinco de ellas lo habían previsto y tienen el aceite de repuesto; las otras cinco, no. Cuando llega el novio , sólo pueden acompañarle las previsoras. Las diez habían sido invitadas, las diez cumplieron su cometido durante un cierto tiempo. Pero sólo cinco lo cumplieron todo lo que era necesario. Las otras no fueran previsoras y, a la postre, quedaron fuera del banquete. ¡No estuvieron preparadas cuando debían estarlo! La enseñanza de Jesús es muy clara. Él es el Esposo que vendrá a buscarnos al final de nuestra vida para el banquete de bodas del Cielo. A nosotros nos corresponde estar preparados. Si no lo estuviéramos, quedaríamos fuera para siempre. El que no espera al Señor, no puede atribuirle que no le admita en su reino. La responsabilidad es suya. La gran pregunta, por tanto, que debemos formularnos tú y yo es ésta: «¿Estoy ahora preparado para entrar en el Cielo o tengo apagada la lámpara de la gracia? Si llegara ahora mismo el Señor, ¿podría darme un abrazo de amor o decirme “no te conozco”? Para nuestra fortuna, si ahora tuviéramos apagada la lámpara por el pecado mortal, podríamos encenderla de nuevo con una buena confesión. ¿Cuál es lo sensato?                  

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