Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 19 del tiempo ordinario (12.VIII.2012)- Ciclo B

 

COMER A CRISTO POR LA

FE Y POR LA EUCARISTÍA

«Yo soy el pan vivo bajado del Cielo»

________________________________________________

Seguimos en la sinagoga de Cafarnaún. Jesús avanza en su discurso hacia la gran revelación de la Eucaristía. Como es habitual en san Juan, el discurso no avanza en línea recta sino subiendo por una escalera de caracol, porque su densidad no permite otra cosa. Comenzó siendo un panadero capaz de fabricar pan para que comiera una gran multitud y  sobrasen doce cestos. Luego, él mismo se hizo pan. Hoy da un paso más: este pan no se ha amasado en ninguna panadería de la tierra. Lo ha amasado y cocido el Padre en el cielo para que puedan comerlo los hombres y tener vida divina. Por eso, Jesús puede decir con toda verdad: «Yo soy el pan que ha bajado del Cielo». Ya nos lo había dicho al principio del evangelio, cuando en el Prólogo del evangelio de san Juan, nos dijo: «En el principio existía ya el Verbo» -la Palabra Eterna, el Hijo del Padre- el cual «era Dios y estaba junto a Dios» y «se hizo carne y habitó entre nosotros». Sin esta radical carnicidad del Verbo –sin esta verdadera Encarnación del Verbo- la Eucaristía nunca habría sido posible. Porque la Eucaristía es la Carne del Verbo hecho verdadero hombre, Muerto y Resucitado: «El pan que Yo os daré es mi Carne, para la vida del mundo». Todo esto es demasiado elevado y demasiado profundo para que quepa en una mente humana, sino que se necesita la fe. Por eso insiste Jesús: «Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me ha enviado», nadie puede comer el pan preparado por el Padre, si el mismo Padre no le hace descubrir que ese Pan es «pan del Cielo», su propio Hijo mismo. Sin fe no se puede recibir la Eucaristía. Se la puede comer materialmente, pero sin que esa comida comunique «la vida eterna», la misma vida divina. Ahora bien, la fe no es una conquista humana sino un don, algo que nos da Dios de modo gratuito. Pero hay que pedirlo con humildad y perseverancia. La fe no es cuestión de puños ni de fuerza de voluntad. Bajemos de nuestra autosuficiencia, seamos pobres ante el Padre y el Padre nos llevará hasta su Hijo, ahora en la Eucaristía y luego en el Cielo.

 

0 comentarios