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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 20 del Tiempo Ordinario (19.VIII.2012) - Ciclo B

 

COMUNIÓN EUCARÍSTICA Y PERSONAL

«El pan que yo daré es mi carne»

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Cuando subimos una escalera de caracol, tenemos la sensación de que estamos girando siempre sobre nosotros mismos. Pero no es así. Subimos sin cesar. El evangelio de san Juan es una escalera literaria de caracol. De modo especial el capítulo sexto, al que corresponde el evangelio de hoy. Durante tres domingos consecutivos hemos ido subiendo peldaño a peldaño la escalera. Hoy llegamos a la cumbre y encajamos todas las piezas que hemos ido encontrando. El pan sobreabundante que sacia a las muchedumbres (primera parte del capítulo); el pan no material que es preciso buscar (segunda parte); el Pan bajado del Cielo que es preciso comer por la fe (tercera parte) es Jesús mismo que se nos da en comida y bebida. Jesús ha bajado del Cielo –se ha hecho hombre- para entregarse a la muerte por nosotros y luego dársenos hecho carne y sangre sacrificadas en la Eucaristía. Lo que ha hecho es tan extraordinario que no cabe en una afirmación y Jesús se ve obligado a desgranarlo en cuatro frases lapidarias: 1ª) «El que come mi carne y bebe mi  sangre tiene vida eterna y YO le resucitaré el último día». 2ª) «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en Mí y YO en él». 3ª) «Yo vivo por el Padre; el que me come, vivirá por Mí». 4ª) «El que come este pan, vivirá eternamente». Es imposible decir más ni mejor. «Carne» y «sangre» en labios de Jesús tienen el sentido que tenían en labios de todo judío: son la totalidad de su ser, él mismo: Dios y Hombre. Comulgar es recibir la misma Persona de Jesús, entrar en comunión personal con él. Por eso, el que comulga se inserta en la dinámica de la vida de Cristo: «Yo le resucitaré en el último día», porque «yo soy la resurrección y la vida». El que comulga, se funde con Cristo en una profundidad tal, que se funden en un abrazo sin igual: «Habita en Mí y YO en él». El que comulga, comienza a vivir la misma vida trinitaria, porque Jesús ha recibido la vida del Padre y comunica esa misma vida al que se une a Él en la comunión. Por eso, el que comulga no puede morir, porque come la misma Resurrección. ¡¡Gracias, Jesús, por haber hecho posible algo tan grande!! 

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