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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (28.X.2012) - Ciclo B

CIEGOS DEL CUERPO Y DEL ALMA

“¡Señor, que vea!”

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Estamos acompañando a Jesús en el camino de Cesarea de Filipo a Jerusalén. Viene  mucha gente. A la vera del camino, hay un hombre sentado y pidiendo limosna. Está ciego. A través de sus oídos llega a saber que Jesús de Nazaret está allí. Acostumbrado a gritar, lo hace ahora con  especial fuerza, pues no quiere desaprovechar la ocasión: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Los que están su lado se enfadan y le piden que se calle. Pero él no se deja intimidar y grita todavía con más fuerza: “Hijo de David, ten compasión de mí!”. Para su fortuna, Jesús no es como los demás. Le manda venir y él se acerca con toda rapidez. Y se entabla entre ambos un diálogo tan sencillo como maravilloso. Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga contigo?” Él responde con toda lógica: “Maestro, que pueda ver”. Jesús atiende de inmediato la súplica y el ciego comienza a ver. A partir de ahora verá salir y ponerse el sol, sabrá cuándo es de día y cuándo de noche, no necesitará que nadie le lleve de un lado a otro. Y lo que es más importante: hoy se ha encontrado personalmente con quien es la Luz del mundo y ha venido para manifestar a los hombres quién es Dios, cuánto les ama y cuál es el camino que han de recorrer para llegar hasta él. Por eso, cuando Bartimeo –éste es el nombre del ciego- ha recobrado la vista, se ha puesto a seguirle por el camino. ¡¡Imposible vivir ya lejos de Jesús!! El mundo actual está llenos de ciegos, con una ceguera peor que la de Bartimeo. Son ciegos espirituales, cerrados a todo lo que sepa a Dios. No sólo no ven, sino que quieren seguir sin ver. Van por la vida a tientas, porque desconocen cuál es el sentido que ésta tiene, de dónde vienen y hacia dónde se encaminan, y qué hay después de la muerte. El día que decidan acercarse a Jesús y pedirle la fe humilde que les falta, ese día comenzarán a ver de un modo muy distinto las personas, los acontecimientos, el trabajo, el dolor y la muerte; y comprenderán que ser cristiano no sólo es maravilloso, sino lo más maravilloso que puede ocurrirle a un hombre y a una mujer.          

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