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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo cuarto de adviento (23. XII. 2012) - Ciclo C

DEL CORPUS A NAVIDAD

“Bendita tú que has creído”

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Estamos en Aym-Karim, ocho kilómetros al noroeste de Jerusalén. Acaba de terminar la primera y más larga procesión del Corpus, con una custodia del todo excepcional: el vientre de María, que ha portado al Señor desde Nazaret hasta aquí. No ha habido cantos ni vítores. Pero no ha faltado lo importante: Dios hecho hombre. No lo sabe nadie, salvo la Virgen María y otra persona. El Espíritu Santo no ha querido revelárselo al Sumo Sacerdote ni al Rey Herodes, aunque ambos viven muy cerca de aquí. La persona afortunada es una mujer que, además, es muy mayor. Se llama Isabel y está casada con un santo varón, mayor él también, que se llama Zacarías. Dios es imprevisible, salvo en la elección de personas y escenarios, pues escoge siempre lo pequeño y lo escondido. Isabel ha sido estéril, que es el mayor baldón para una mujer judía. Cuando menos lo podía esperar, Dios se ha fijado en ella y ya está en el sexto mes de su embarazo. Su prima María lo ha sabido por el ángel de la anunciación y le ha faltado tiempo para venir a cuidarla. No esperaba que Isabel le saludase con el entusiasmo y, sobre todo, con la verdad con que lo ha hecho: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” Es la primera proclamación de la maternidad divina de María. Le da esta prueba irrefutable: “Al entrar tú aquí, la criatura que llevo en mi seno ha saltado de alegría”. Para dejar constancia de que el anunciador no será digno de desatar la sandalia del anunciado, éste le santifica en el seno de su madre. La primera gran bendición del Santísimo al concluir la primera procesión del Corpus. María no rechaza el encomiástico saludo de Isabel. Al contrario, lo asume para proclamar que todo es de Dios, que es Dios el que la ha bendecido más que a todas las mujeres de la tierra, porque ha querido hacer grande a la que se considera pequeña. ¡Navidad: fiesta de la gente sencilla, de la gente humilde, de la gente que todo lo espera de Dios, de la gente que sabe que –como María- puede fiarse de Dios!           

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