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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 1º de Cuaresma (17.II.2013- Ciclo C

PAN Y PODER

“A él sólo adorarás”

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El evangelio de hoy es uno de los más conocidos y, sin duda, el que más hemos experimentado todos, sean cuales sean nuestra edad y circunstancias personales. ¿Quién puede, en efecto, levantar la mano para decir que él no ha tenido tentaciones, es decir, sugerencias atractivas que le invitaban a alejarse de Dios? Hasta el mismo Jesucristo las tuvo. Un día que estaba hambriento, debido al ayuno riguroso que había llevado en el desierto, el demonio le sugirió ladinamente: “Convierte estas piedras en pan”. La propuesta no podía ser más razonable, pues era decirle: Si eres Dios y puedes hacer lo que quieras, convierte estas piedras en pan y sacia tu hambre. La respuesta de Jesús pone de manifiesto dónde estaba la tentación: en preferir el pan a la voluntad de Dios. Por eso, le contestó: “No sólo de pan vive el hombre”. El hombre, además de la vida corporal, tiene la vida del espíritu. Esta también necesita alimento y ese alimento es hacer la voluntad del Padre. Pero el demonio no aceptó la derrota y volvió con una propuesta mucho más atractiva: la del poder y el dominio del mundo. “Todo esto te daré –le mostró todos los reinos de la tierra- si, postrándote, me adoras”. El poder y el dominio a cambio de Dios. ¡Qué tentación más actual y más extendida! Varía la forma de presentación, pero el fondo no cambia. Al político, le ofrece los gobiernos; a los jueces, ascender a un tribunal de más rango; a un cantante o artista, la fama; a una mujer, un cuerpazo; a un empresario, aquella contrata sustanciosa; al comerciante, sisar en calidad y pesos; al profesor universitario, el prestigio y el brillo profesional; a un casado, una vida cómoda sin hijos; a un consagrado o consagrada, la libertad frente a su superior. ¿A qué precio? Siempre al mismo: adorarle a él, prescindir de Dios, alejarse de la Iglesia, centrarse en el propio yo. Muchísimos aceptan la propuesta. Luego, pasa lo que pasa: que el demonio no puede dar lo que promete. Y, cuando lo da, siempre con fecha de caducidad. La experiencia demuestra que lo más razonable es, con mucho, seguir el ejemplo de Jesucristo, decir ‘no’ a la tentación y ‘sí’ a Dios.                  

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