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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 11 del Tiempo Ordinario (16.VI.2013) - Ciclo C

¿NUESTROS JUICIOS SON DUROS Y FALSOS?

“Se le perdona mucho”

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Estamos en casa de Simón, un fariseo pudiente que ha invitado a comer a Jesús. En el momento más imprevisto, ha entrado una mujer. Simón no la habría invitado jamás, porque es una mujer de la vida, una mujer de usar y tirar. Ella ha vencido todo lo que hay que vencer y ha venido para echarse a los pies de Jesús. Ha traído un frasco de perfume, fruto quizás de sus pecados. Ni corta ni perezosa, se ha tirado al suelo, ha comenzado a llorar a lágrima viva y con esas lágrimas se ha puesto a lavar los pies de Jesús. Después los ha secado con sus cabellos. Simón no dice nada. Pero en su interior ha dicho unas palabras terribles: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando y lo que es: una pecadora, una prostituta”. Jesús quiere a Simón. Por eso, se vuelve a él y le pregunta: si un prestamista perdona a un deudor quinientos denarios y a otro cincuenta, ¿cuál de ellos estará más agradecido? Pienso que al que le perdonó más. Has dicho bien, responde Jesús. Luego añade: “Ves a esta mujer: sus muchos pecados le son perdonados porque ha amado mucho”. Jesús no dice que esta mujer no haya cometido pecados. Al contrario, afirma que ha cometido “muchos”. Pero él no reacciona como Simón. Jesús no condena, perdona; no juzga con dureza sino con misericordia; no niega a esta mujer la posibilidad de regenerarse y emprender una nueva vida. Simón es duro, muy duro y tajante en condenar a esta mujer. Es también injusto, ya que juzga a Jesús  como impostor, no como profeta. Esto es lo nos pasa a nosotros con más frecuencia de la debida. Somos duros, muy duros con la conducta de las personas.  Además, nos aferramos a un juicio, válido quizás para un momento determinado, y ya no hay quien nos mueva. Con ello, además de duros, nos hacemos injustos, porque las personas cambian. ¡Cuánto mejor sería que no juzgáramos con tanta ligereza y dureza, que echáramos un velo de comprensión y disculpa sobre las reales o supuestas faltas de los demás. El Dios que nos ha revelado Jesucristo, con su proceder misericordioso, ha de ser el modelo que reproduzcamos en nuestra vida.                 

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