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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 10 del Tiempo Ordinario (9.VI.2013) - Ciclo C

¿CÓMO ES EL CORAZÓN DE DIOS?

“Jesús se lo entregó a su madre”

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Estamos en Naim, un pueblecito cercano a Nazaret. Jesús, que está de paso, se topa con un cortejo fúnebre. Un entierro siempre es motivo de duelo, pero el de hoy lo es de modo especial. Porque llevan a enterrar a un joven, que era el hijo único de una pobre viuda. Esta mujer ya sabía por experiencia lo que perder su puesto estable en la sociedad y el mismo sustento, pues había enterrado a su marido. No obstante, le quedaba el consuelo de que su hijo ocupaba el puesto de su padre –según mandaba la Ley- y la proveería de lo más necesario para vivir. Ahora, se queda sola en la vida, y dependiendo exclusivamente de sus vecinos, a los que quedaba confiada. Jesús se da cuenta de la tragedia. Se le conmueve el corazón. Manda detener el cortejo y se dirige a ella en estos términos: “Mujer, deja de llorar”. Luego se acerca al féretro y dice con tanta sencillez como imperio: “¡Muchacho, a ti te lo digo: Levántate!”. El muerto se incorpora. Jesús, no contento con la ‘proeza’, añade un gesto conmovedor: “se lo entregó a su madre”. No se ha sentido movido a compasión por piedad hacia el joven sino por la viuda. Resucita al muerto no tanto para que él vuelva a la vida, cuanto para que sirva de apoyo y ayuda a su madre. Jesús no conquista reinos, no construye edificios, no crea un nuevo orden social. Él se dirige al hombre que se encuentra necesitado, toma en serio su necesidad personal y le ayuda. Y nos descubre que el sentido de nuestra vida es que no vivamos para nosotros mismos sino para que nos ayudemos los unos a los otros y hagamos posible la existencia de todos. Desde el punto de vista cuantitativo, el gesto de Jesús fue una gota en el inmenso océano de las viudas de entonces y de todos los tiempos. Pero fue suficiente para revelarnos cómo es su corazón y descubrirnos que el Dios que él nos revela es un Dios de misericordia, que se comporta con nosotros como él con esta viuda. Podemos estar seguros: lo más tarde al final de los tiempos, todos y cada uno de los necesitados -¡y todos lo somos!- podemos contar con el corazón de Jesús y el amor de Dios. ¡Ojalá que nosotros nos creamos ese amor mientras vivimos!                    

 

 

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