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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (28. X. 2013) - Ciclo C

¿PUBLICANOS Y FARISEOS A LA VEZ?

“Ten piedad de mí, que soy un pecador”

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El evangelio de este domingo es la conocidísima parábola del fariseo y el publicano. Ambos han ido al templo a rezar. El fariseo, se pie oraba así para sus adentros: “Te doy gracias, Señor, porque soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, con los ojos bajos, rezaba así: “Señor, ten compasión de este pecador”. Jesús sentencia: “Éste bajo a su casa justificado y el otro no”. No hay motivo para dudar que el fariseo está diciendo la verdad: no roba, no adultera, paga lo estipulado, es cumplidor. Lo cual es bueno. También lo es, dar gracias a Dios por ello. ¿Por qué, entonces, sale del templo sin agradar a Dios, más aún, habiéndose indispuesto con Él?. Es condenado por Jesús, porque piensa que es bueno por sus propias fuerzas, no por la gracia de Dios. Por eso, se compara con los demás, especialmente con el publicano, y sobre ese trasfondo oscuro trata de brillar con más resplandor. “Te doy gracias porque no soy como los demás”. Su acción de gracias es, en el fondo, una autocomplacencia refinada, un superlativo elogio de sí mismo. Nada más lógico que esta soberbia altanera molestase profundamente a Dios. Todo lo contrario que la oración humilde del publicano. Él no era un dechado de virtudes. Al contrario, típico de su profesión era estafar a los demás y vivir para el dinero, lo cual es malo. Pero él lo reconoce con humildad, como lo atestigua tener los ojos bajos y golpearse el pecho, y sobre todo su confesión humilde: “Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador”. Dios no podía menos de perdonarle y reconciliarle consigo, porque ha venido a salvar a los pecadores. Actualmente, la parábola tiene otras tres lecturas. La del fariseo que no tiene nada que reprocharse, porque “yo no mato, ni robo, ni cometo adulterio” y, por eso, no necesita confesarse y vive, aunque él no lo crea, empecatado. La del fariseo ateo o alejado que presume de no ser creyente ni practicante “como los demás”, sino “trasgresor”, y tampoco se arrepiente. Y la del que es publicano en la vida y fariseo en el templo, que es la máxima perversión. ¿Dónde estás tú?       

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