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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 5 ordinario (10. II. 2014) - Ciclo A

¿CAMUFLARSE O DAR LA CARA?

Vosotros sois la luz del mundo

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Los que somos de pueblo y peinamos canas, lo recordamos perfectamente. Todos los anocheceres se prendía el candil –o un farol- y se colgaba del clavo que estaba agarrado al techo de la cocina. Era un gesto imprescindible, porque no había luz eléctrica ni otros servicios para hacer frente a la oscuridad de la noche. ¡Cuántos ojos se han desojado a la luz de esos candiles, cosiendo y remendando, y cuántas comidas no se han quemado, precisamente por la luz de ese instrumento tan elemental! A nadie se le hubiera ocurrido encender el candil para ponerlo debajo de la mesa o metido en la cómoda. En la era de los transistores, de los móviles y del internet se hace muy difícil captar la fuerza del candil y, menos todavía, decirle a un cristiano que su función es ser “candil”. La gente que escuchaba a Jesucristo –como ocurre a los de mi generación- lo entendía perfectamente. Por eso, no nos extraña que en el evangelio de este domingo el Señor nos diga a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”, vosotros sois un candil en el ámbito en el que trascurre vuestra existencia. No podéis meteros debajo de la cama sino que debéis ser punto de orientación y dar luz a vuestro alrededor. Tenéis que estar, por tanto, en posición bien visible. No se trata, ciertamente, de exhibirse por soberbia o por vanagloria. Pero un cristiano no puede camuflarse y esconderse. Hay que preguntarse, por tanto, ¿cómo puede ser candil hoy el cristiano? La respuesta nos la da también el Evangelio: con las buenas obras. Por ejemplo, cuando hoy casi todos los casaderos conviven antes de casarse, o tantos se separan y divorcian, o estorban los hijos y los ancianos, o la corrupción está instalada en todas las capas y estamentos sociales, o cada uno va a lo suyo sin importarle para nada el vecino, o está de moda no pisar por la iglesia, hoy… es una luz que ilumina y da calor el cristiano que hace lo contrario, sin miedo al ridículo, a ir contracorriente o ser tachado de carca. Plegarse a lo que todos hacen, dicen y piensan es muy cómodo pero…, además de muy cobarde, es muy penoso. Porque es dejar que reinen el error, la mentira, la corrupción y el egoísmo.       

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