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LITURGIA DEL VATICANO II

Presentación del Señor (2.II.2014)

FIESTA DE LA LUZ Y DE LA SALVACIÓN

“Una espada te atravesará el alma”

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Estamos en el Templo de Jerusalén. Entran por la puerta José y María, que lleva en sus brazos a Jesús, de cuarenta días. Vienen a “presentar” al Niño a Dios y a que la Madre haga la purificación ritual, pese a no estar obligada, pues es Inmaculada. Hay mucha gente, pero nadie repara en ellos, salvo dos ancianos: Simeón y Ana. Simeón es un hombre de Dios, a quien el Espíritu Santo ha traído aquí, porque él mismo le ha inspirado que no moriría sin ver al Mesías. Al ver al Niño, su corazón se ha puesto a latir con fuerza especial. Se lo ha pedido a María y, con el Niño ya en sus brazos, prorrumpe en este alborozado canto: “Ahora, Señor, ya puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto tu salvación, la que has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. El Espíritu Santo le ha hecho reconocer en este Niño al Salvador que Dios da a la humanidad, al anunciado y esperado durante siglos. Hoy es el día de su vida. Mientras entrega el Niño a su Madre, llega una anciana, bastante mayor que él. Se quedó viuda siendo muy joven y ha pasado toda la vida en el Templo. Humanamente es muy poca cosa. Pero Dios hace grande lo pequeño. Por eso, ella también es capaz de percibir lo mismo que Simeón. Más aún, no sólo descubre en el Niño al Salvador, sino que comienza a “hablar del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel”. ¡Qué bien representa Ana a esas mujeres, sencillas pero buenas, que aprovechan el tiempo para rezar y confiesan abiertamente su fe, y que son un tesoro para la comunidad humana y cristiana!. Con todo, hoy no todo es fiesta y alegría. Simeón tiene que decir a María unas palabras muy duras, que el Espíritu Santo pone en su boca: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten. Y a ti una espada te atravesará el alma”. Es el anuncio del rechazo y de la muerte de este Niño, cuando sea mayor. Desde hoy llevará clavada esta espada en su corazón de Madre. ¿Somos, tú y yo, como Simeón que espera sin cansarse, como Ana que reza con constancia, como María que se asocia a Jesús en el dolor?           

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