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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 20 del Tiempo Ordinario (17.VIII.2014) - Ciclo A

CUANDO DIOS SE HACE DE ROGAR

«Que se haga como deseas»

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Estamos en la región de Tiro y Sidón, al noroeste de Galilea, sobre la ribera del Mediterráneo. Es tierra de paganos  y, para los judíos, tierra «manchada” y que “mancha» a quien la pisa. Jesús lo ha pasado por alto y ha venido aquí. Una vez más se halla frente a una enfermedad grave e incurable y ante el ruego insistente de una madre, que pide la curación para su hija. Su corazón, siempre misericordioso y compasivo, hoy parece duro y bronco. A pesar de que la mujer se desgañita gritando «ten compasión de mí», él sigue su camino. La mujer sigue apelando a su corazón: «Ten compasión de mí». Los discípulos no aguantan más. No sabemos si es porque les molestan los gritos de la mujer o porque no resisten la actitud de Jesús. Y le dicen: «Atiéndela». Jesús se detiene, pero su respuesta es una negativa: «No he sido enviado sino a las ovejas de Israel». Ella aprovecha esta parada, se pone delante. Se arrodilla y vuelve a implorar la curación de su hija. Jesús sigue en su actitud: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». La mujer no se siente ofendida ni desalentada. Al contrario, asume la comparación y le da la vuelta, explicándole a Jesús que el hecho de que su misión deba comenzar por el pueblo de Israel no impide que le ayude a ella, aunque sea una mujer pagana: «También los perrillos –dice- comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Jesús se rinde. A decir verdad, ya se había rendido desde el principio, pero quería probar la fe de aquella mujer. Una vez probada, le responde con una alabanza que a mí me encantaría escuchar: «Mujer, qué grande es tu fe. No la he encontrado tan grande en Israel. Que se haga lo que quieres» «Y en aquel instante quedó curada su hija», concluye el evangelio. Sólo se me ocurre esta glosa: si hubiese muchas madres, muchos sacerdotes, muchos religiosos, muchos cristianos con la misma fe que esta mujer, ¿pasaría lo que está pasando?. Por eso, junto a la glosa, me atrevo a poner esta oración, para que tú y yo la repitamos: «Señor, yo creo, pero aumenta mi fe; que no me canse de pedir, de confiar, de esperar»      

 

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