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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 19 del Tiempo ordinario (10. VIII. 2014) - Ciclo A

¿LA BARCA DE NUESTRA VIDA SE HUNDE?

“No tengáis miedo, soy YO”?

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Seguimos en el mismo escenario del domingo pasado: la orilla norte del lago de Genesaret. Pero hay cambiado las circunstancias: las turbas ya no están hambrientas sino que se han saciado, gracias al prodigio de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús ha mandado a sus discípulos subir a la barca y atravesar el lago. Él se ha quedado despidiendo a la gente. Mientras los discípulos reman para ganar la orilla, Jesús sube al monte a orar. ¡Y allí se queda hasta la madrugada! ¡¡Cuántas veces y cuántas noches aparece orando el Jesús del Evangelio!! ¿Qué pasará el día en que los discípulos de hoy aprendamos esta gran lección? Pero nos empeñamos en remar solos, en hacer frente a las dificultades de la vida por nuestra cuenta. Y nos ocurre como a los discípulos: esas dificultades nos sobrepasan y sentimos miedo; a veces, mucho miedo. Pueden ser las dificultades del matrimonio, de los reveses económicos, de la pérdida del empleo, de una enfermedad imprevista e incurable… de mil y una cosa. Mientras los discípulos cruzaban el lago,  se levantó una gran borrasca y la barca zozobraba. Jesús baja del monte y camina sobre las aguas. Ellos gritan pensando que es un fantasma y él les dice que no tengan miedo. Y se hace una gran bonanza. En las dificultades de la vida nunca estamos solos. Jesús camina a nuestro lado. Puede darnos la impresión de que él está lejos y nos ha dejado solos. No es así. Jesús no se deja ver, pero sigue cuidando de nosotros. Lo que él pretende es probarnos, para que caminemos apoyados no en nuestras cualidades y posibilidades sino en la fe y en la confianza en él. No olvidemos esto mientras atravesamos el lago de este mundo. Sobre todo, cuando tengamos especiales dificultades. ¡¡Es la hora de gritar a Jesús pidiendo ayuda!! Esto es rezar. ¡¡Es la hora de confiar en el amor de Jesús!!. Esto es tener fe. ¡¡Es la hora de no tener miedo!! Esto es tener confianza en el poder de Jesús. Si, a pesar de todo, seguimos con miedo y sin esperanza, es la hora de gritar con más fuerza: ¡¡Señor, ayúdame; Señor, sálvame!!     

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