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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 2 de Navidad (5.1.2020) - Ciclo A

EL MAYOR ACONTECIMIENTO DE LA HISTORIA

“El el Verbo se hizo carne”

****Recuerdo que, cuando visité Tierra Santa, sufrí un impacto indescriptible al leer en el frontis del altar de la Basílica de la Anunciación unas palabras que conocía muy bien y que había rezado muchas veces, pero que allí tenían una resonancia especial: “Hic, Verbum caro factum est”: “Aquí, el Verbo se hizo carne”. Comprendí entonces que no era la muerte y resurrección de Jesucristo el mayor acontecimiento de la historia sino lo que había ocurrido en aquel rincón de Nazaret. Ciertamente, si Cristo no ha muerto y resucitado por nosotros, vana es nuestra fe. Pero ¿hubiera podido morir y resucitar sin hacerse previamente hombre? Por eso, el gran acontecimiento de todos los siglos ha sido la Encarnación. A partir de ahí todo es explicable. Lo inimaginable, lo impensable es que Dios no sólo plantase su tienda entre nosotros sino que se hiciese Carne. Es decir, ser uno de los nuestros y, por tanto, sujeto a todas nuestras debilidades y carencias: pasar hambre y frío, sentir cansancio y sed, acusar el golpe de los desprecios y menosprecios, tener miedo y pavor, sufrir y morir. Quizás alguna vez te hayas preguntado, por qué Dios hizo esto, por qué quiso ser igual a nosotros en todo menos en el pecado. La primera respuesta es sencilla: lo hizo, “porque quiso”. Pero la segunda ya no admite respuesta: “Y ¿por qué quiso? Podríamos decir que “porque nos amaba”. Pero esa no es la respuesta definitiva, pues persiste la pregunta anterior, aunque formulada de otro modo: “Y, ¿por qué nos amaba?” De todos modos, lo fundamental sí queda respondido: Dios se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, porque nos amaba hasta la locura. Sólo así es posible atisbar cómo pudo querernos, sabiendo de antemano nuestra respuesta mezquina: la indiferencia cuando no el rechazo. Porque es muy triste que vinera a los suyos y los suyos no le recibieran. ¿Tú le has recibido, le has acogido, le has dado el lugar que le corresponde en tu trabajo, en tus relaciones familiares, en tu trato con los compañeros de oficina o de taller? Atrévete a preguntarte hoy: ¿qué pasaría en mi corazón, en mi cabeza, en vida si Cristo ocupase en ellos el centro?                     

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