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LITURGIA DEL VATICANO II

Sexto domingo del tiempo ordinario (17.II.2019)- Ciclo C

UN PROGRMA PARA SER FELIZ

“Dichosos los perseguidos”

*** Dinero, fama, juerga y poder. Estos son las cuatro grandes bienaventuranzas que promete el mundo actual al que quiera ser feliz. Ser rico, ser famoso, ocupar un alto puesto en la empresa o en la administración y disfrutar a tope de la vida es el martilleo constante de la televisión y de la publicidad, de modo descarado o subliminal. Y muchos se lo han creído tan a pies juntillas, que su máxima o incluso única aspiración en la vida es alcanzar esas metas. Si alguien saliera hoy a la tele a vender que para ser feliz hay que ser pobre, vivir de modo sencillo y no darse a la buena vida sería acribillado en las redes sociales y tachado no sólo de carca sino de loco. Jesucristo no tendría miedo a ninguno de esos epítetos y saldría a repetir lo mismo que dijo hace dos mil años, según el evangelio que los cristianos escuchamos en la misa de este sexto domingo ordinario: dichosos los pobres, dichosos los que ahora tenéis hambre, dichosos los que ahora lloráis, dichosos los que sois perseguidos por ser discípulos míos. Más aún, no dudaría en volver a pronunciar los cuatro ayes que consigna también el evangelio: ay de vosotros, los ricos; ay de vosotros los que estáis saciados; ay de los que ahora reís; hay de los que todo el mundo habla bien. Y lo diría porque él no puede engañarnos y la experiencia está su favor. Él, ciertamente, tiene en el horizonte no sólo esta vida terrena sino la vida eterna. Pero ya en esta vida resulta que son más felices los que siguen su programa que los que no lo siguen. La prensa de estos días hablaba de una italiana encumbrada en lo más alto de una multinacional que lo ha dejado porque no era feliz y ha encontrado la felicidad en una vida sencilla. Y de una famosa presentadora francesa que se jactaba de ser atea profesional y ahora ha encontrado a Dios y la felicidad tras una visita a Lourdes, donde había ido para reírse de la Virgen. Y  de un político español, uno de cuyos cuatro hijos tiene síndrome de Down, que no concibe su vida sin él y vive gozosísimo su matrimonio. Es la paradoja cristiana. Pero con ella ocurre como con los caramelos: hay que probarlos para saber cómo saben.            

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