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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 2 de Navidad (4.I.2015) - Ciclo B

JESUCRISTO, “PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD”

“EL Verbo era Dios”

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Hoy leemos de nuevo el evangelio el Prólogo del evangelio de san Juan, del que san Agustín decía que “debería escribirse en letras de oro y ser expuesto en todas las iglesias y lugares de culto”. Hay en él unas palabras que son como un sol que lo ilumina todo: “El Verbo era Dios”. Semejante afirmación confiere valor absoluto y universal a todo lo que sigue. Precisamente, porque se trata de Dios, lo que afirma se aplica a todos los hombres de todos los tiempos. Jesús, como Verbo que se ha hecho carne, “es la Luz verdadera que alumbra a todo hombre”. Es el único mediador. El mundo entero le pertenece, porque “ha sido hecho por él”. Nada ni nadie puede quedar al margen de esta Luz. San Juan lo compuso en un ambiente religioso dominado por el sincretismo y la multiplicación de cultos y caminos de salvación. Frente a ellos, hizo esta afirmación inaudita: no hay muchos caminos para llegar a Dios sino que todos los caminos han de converger en Cristo, porque de él parte el único que camino que conduce al Padre: “A Dios nadie lo ha visto; el Hijo, que está en el seno del Padre, lo ha dado a conocer”. Esta propuesta fue “contestada” en la antigüedad y vuelve a serlo hoy. Decía, por ejemplo, Aurelio Símaco: “A un misterio tan grande (el de Dios) no se puede llegar por un solo camino”. Pero san Agustín respondía ya: “Es verdad que no se puede llegar a la verdad por un solo camino, a no ser que la verdad se convierta ella misma en camino. Y es lo que ha ocurrido cuando el Verbo se hizo carne. Él que era, en cuanto Dios, la verdad y la vida, ahora, en cuanto hombre, es también el camino”. El Prólogo nos da, pues, una visión grandiosa y sumamente útil para orientarnos en el contexto actual de diálogo interreligioso. Jesucristo es para todos y es de todos los hombres. Él es, en el sentido más radical y fuerte, el verdadero “patrimonio de la humanidad”. Ahora somos los hombres, tú y yo, quienes hemos de acogerlo por la fe y el bautismo. Sería tremendo que volviera a repetirse el “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. Es mucho más sensato recibirle y convertirnos en “hijos de Dios”.           

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