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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 5 del Tiempo Ordinario (8. II. 2015) - Ciclo B

TRABAJO, ORACIÓN, APOSTOLADO

“Recorría toda Galilea predicando”

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Seguimos en Cafarnaún. Jesús acaba de salir de la sinagoga, donde ha leído y explicado unos pasajes del Antiguo Testamento y echado al demonio de una persona. Va a la casa de Pedro y se encuentra con que la suegra está gravemente enferma. La cura. Corre la noticia del milagro como un reguero de pólvora y el pueblo en masa viene con sus enfermos. Él les cura a todos. Cuando ha terminado es noche cerrada. Va a descansar, pero muy de mañana –antes de que se haga de día- se retira a un lugar solitario a rezar. Pasa allí largo tiempo. Pedro viene en su busca, porque todo el mundo le espera. Pero él le dice: hay que ir a los pueblos vecinos para anunciar el evangelio. Y termina san Marcos con estas palabras: “Recorrió toda Galilea, predicando el evangelio del Reino y curando a los enfermos”. Nunca pagaremos a este evangelista que nos haya relatado una jornada de Jesús. Gracias a él sabemos que Jesús cada día de su vida pública hizo lo mismo que hoy: curar sin cesar a los enfermos, rezar de modo prolongado y filial a su Padre, predicar incansablemente el Evangelio. Este debe ser el esquema de nuestra vida: atención a los necesitados, oración asidua y anuncio del evangelio a quienes se entrecruzan en nuestro camino. La atención a los enfermos: visita, ayuda, consuelo, esperanza… es tan importante para Jesús, que el día del juicio definitivo nos acogerá o rechazará si le hemos visitado o no cuando estaba enfermo en uno de nuestros hermanos. La oración es el aliento vital del cristiano. Jesús nos enseña que se puede orar en todas las circunstancias y que escudarnos en que tenemos mucho trabajo es sólo una excusa que delata nuestro desamor. San Marcos nos muestra que Jesús es no sólo un trabajador incansable sino un gran orante. ¡Pobre del cristiano que sólo sabe trabajar! Y junto al trabajo y la oración, el anuncio del Evangelio: los padres a los hijos, los sacerdotes a sus fieles, los amigos a los amigos, los profesores a sus alumnos. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!, decía san Pablo y debemos decir todos y cada uno de nosotros. ¿Lo anunciamos? ¿Atendemos a los necesitados? ¿Somos rezadores?           

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