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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (25.X.2015) - Ciclo B

DE LA ORACIÓN AL SEGUIMIENTO

¡“Ten compasión de mí”!

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Estamos en Jericó, la ciudad oasis entre el desierto del Mar Muerto y el que conduce a Jerusalén. A la vera del camino hay un ciego pidiendo limosna. No puede hacer otra cosa, si quiere subsistir. A diferencia de otros días, hoy oye gritos y un notable jolgorio. Hace la pregunta que es la única lógica: ¿Qué pasa? “Es Jesús, el de Nazaret”, le responden sin detenerse. Él no desaprovecha la ocasión y comienza a gritar: “¡Hijo de David, ten compasión de mí, Hijo de David, ten compasión de mí”. Malhumorados y displicentes le gritan que se calle. Es inútil, porque no quiere dejar pasar la oportunidad. Y no sólo sigue gritando sino que lo hace con más fuerza. Tanta, que Jesús lo oye y manda llamarle. Cuando uno le dice que Jesús le llama, tira al suelo su manto, se pone  en pie como un resorte y en un santiamén llega hasta Jesús. Cuando éste le pregunta qué quiere, vuelve a responder con lo lógica y sentido común de antes: “Que vea”. El Jesús bueno, compasivo y misericordioso  no se hace de rogar y le devuelve la vista, mientras le dice: “Tu fe te ha curado”. La escena podría haber concluido aquí, pero continúa. El ciego, en efecto, no se va su casa a contárselo a los suyos sino que se une a la comitiva y va detrás de Jesús. Se hace discípulo de Jesús. ¡Qué ejemplo de oración, de fe y de seguimiento para nosotros! De oración, porque no deja que Jesús pase de largo, sino que levanta su voz, confiada y persistente, pidiéndole que le devuelva la vista y cuanto más le dicen que calle, más grita. Así es la oración del creyente: no se lame las heridas de la vida sino que se las expone a Jesús con confianza y perseverancia. Pero esto sólo es posible si tenemos fe en Jesús. Fe y confianza en su poder y en su amor misericordioso hacia nosotros. Cuando se juntan una fe confiada y una oración perseverante y humilde, Jesús se rinde siempre. Quizás se hace un poco de rogar, para que aumenten nuestra confianza y nuestra perseverancia. Pero termina rindiéndose y dándonos lo que más nos conviene. ¡Ojalá aprendamos del ciego de Jericó su última lección: aprovechar el poder y amor de Jesús no sólo para pedirle sino para seguirle!.   

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