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LITURGIA DEL VATICANO II

Pascua de Resurrección (27. III. 2016) - Ciclo C

LA VIDA MATÓ A LA  MUERTE

«Resucitó. No está aquí»

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Un padre narraba la Pasión a su hijo de ocho años. A medida que avanzaba en su relato,  el niño se ponía triste y, a la vez, nervioso. Hasta que no pudo más y exclamó: «Papá, ¿pero al fin ganó, verdad?» Sí, «al fin ganó», le dijo su padre. Sí, ganó el que fue crucificado, muerto y sepultado el primer Viernes Santo de la historia. Se cumplió todo tal cual lo había predicho: “Me matarán, pero al tercer día resucitaré”. Lo vieron con sus propios ojos la Magdalena, los discípulos de Emaús, los Apóstoles y más de quinientos hermanos. Los apóstoles comieron con él, le tocaron. Él les mostró sus manos y sus pies. En una ocasión, hasta les preparó un almuerzo con peces recién pescados. Los cristianos no somos ni ilusos ni impostores. Creemos a quienes le vieron, como creemos a quienes nos cuentan que hay una ciudad que se llama Pekín, en la que nosotros no hemos estado nunca. Gracias a esta fe de los cristianos, el mundo puede tener esperanza y razones para vivir. Desde ahora está claro que la muerte sólo tiene la penúltima palabra. La última la tiene la Vida. Con mayúscula, sí. Porque Cristo resucitó, pero en Él hemos resucitado todos. Llegará un día en que podremos verificarlo. Sólo es cuestión de tiempo. Quienes creemos en Él, sabemos que su resurrección es la mejor garantía de la nuestra. Porque Él es la Cabeza del Cuerpo del que nosotros somos miembros. Nuestra suerte, por tanto, tiene que ser como la suya: la vida sempiterna. La Resurrección es la más cristiana de todas las verdades de nuestra fe. Ella es la que nos distingue de todos los demás hombres. Nadie, salvo nosotros, cree que viviremos para siempre. Por eso somos capaces de jugarnos la vida por esto. No es fanatismo. Es fe. Fe razonada, fe fundada, fe apoyada en sólidos argumentos. Por lo menos, no menos sólidos que los que no lo creen. ¡Es la hora de gritárselo a este mundo descreído y, por eso, triste y avejentado! ¡Aleluya, aleluya!. Vale la pena fiarse de Jesucristo. Nuestra vida no será un camino de rosas, pero tampoco será un camino con la nada como horizonte. Será un camino cuya última etapa es la plenitud y la felicidad para siempre.

 

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