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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 22 del Tiempo ordinario (28.VIII.2016) - Ciclo C

ORO Y OROPEL

No busques los primeros puestos

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El evangelio presenta con frecuencia a Jesús sentado a la mesa para comer. Es el caso, por ejemplo, del banquete que le dieron el fariseo Simón y el publicano Zaqueo, o la invitación que él mismo se hizo en casa de Pedro y de las hermanas Marta y María, o la que preparó en la última Cena o a las orillas del lago Tiberíades. Debieron ser muchas más, porque él mismo dice que sus enemigos le llamaban “comedor y bebedor”, porque, a diferencia del Bautista, que no comía ni bebía, él disfrutaba compartiendo mesa con los demás, que era -y es- señal de hospitalidad y amistad entre los orientales. El evangelio de hoy, también le presenta invitado a comer en casa de un fariseo. Jesús era muy observador. Llegaba al fondo de las cosas y sacaba punta incluso a las más sencillas y comunes. Pensemos, por ejemplo, en el fermento en la masa, el grano de mostaza, el trigo y la cizaña, el remiendo del paño viejo, los odres nuevos y el vino viejo, los pájaros que no siembran ni siegan y los lirios que no hilan, la poda de la viña. Apoyado en ellas, hizo un rosario de parábolas, a cual más hermosas y profundas, para explicar el reino de Dios. En el banquete de hoy, también observa y ve la reacción: todos quieren ocupar los primeros puestos, es decir, destacar por encima de los demás. Apoyado en este hecho, saca esta conclusión: en el banquete de la vida no busques sobresalir ni ser más que los demás sino sé humilde, no busques la gloria de los hombres sino el aprecio de Dios, no quieras que todos se fijen en ti sino trata de ser sencillo y pasar desapercibido. ¡Gran lección! Y ¡de gran actualidad! Porque todos –tú y yo también- tendemos naturalmente a ser considerados, apreciados, preferidos, exaltados y aplaudidos; y rechazamos instintivamente ser preteridos, orillados o humillados. No en vano el gran pecado de todos y de siempre es la soberbia, mientras que la gran lección de Dios es el “abajamiento”: se humilló hasta la muerte y muerte de Cruz. Pero, por eso, fue exaltado y encumbrado por encima de todos y de todo. ¡Jesús: danos el oro de la humildad y haz que huyamos del oropel de la vanidad!          

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