Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 24 del Tiempo Ordinario (11.IX.2016) - Ciclo C

LO IMPORTANTE ES VOLVER

Se puso a cuidar cerdos

____________________________________________________________________

El evangelio de hoy es la parábola del “hijo pródigo”, o mejor, “del padre” del hijo pródigo. Intentemos refrescarla. Un rico hacendado tenía dos hijos. Un día, el más pequeño le dijo: “Me voy de casa a vivir la vida, dame lo que me corresponde”. Su padre le escuchó dolorido pero respetó su libertad y se lo dio. Durante un tiempo, el chico se decía: “Esto es vida. Cómo no me habré dado cuenta antes”. Pero, al ir de juerga en juerga y de prostituta en prostituta, al cabo de no mucho tiempo no sólo había malgastado su dinero sino que pasaba hambre. Incluso se ajustó para cuidar cerdos –que era el animal más vitando en su cultura-, sin que le dejaran comer las bellotas que ellos comían. ¡Pobre chico! Hundido en la miseria, comenzó a aceptar la realidad y la verdad: ¡”Cuantos criados en casa de mi padre tienen todo el pan que quieren y yo me muero de hambre!” Al aceptar la verdad, le vino la cordura: “Iré a mi  padre, le pediré perdón y le diré que me admita en casa como un criado”! Y comenzó a reandar el camino. El corazón le latía cada vez con más fuerza y amenazaba con salírsele del pecho. El de su padre, que le estaba esperando, dio un vuelco. Fue en su busca y antes de que el hijo comenzara a decir: “He pecado…, no soy digno de que me recibas como hijo, trátame como un criado”, el padre le comía a besos, y le abrazaba llorando de alegría. Al verle tan andrajoso y desaliñado, sintió lástima y dijo a sus criados: ponedle las sandalias, el mejor traje y los anillos. Y preparad un gran banquete, porque “este hijo mío estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Cuántos chicos y chicas, cuántos maridos y cuántas esposas se han marchado de casa, aunque vivan materialmente en ella. Han roto con las costumbres cristianas que les inculcaron sus padres y se han alejado de Dios. Externamente parecen muy felices, pero ellos saben muy bien que es pura apariencia. Es la hora de volver. Dios –que es el padre bueno y tierno de la parábola- perdona con gusto y con alegría. Basta reconocernos pecadores, arrepentirnos y volver a su casa. ¡Vale la pena reemprender el camino del retorno!                  

0 comentarios