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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 25 del Tiempo Ordinario (23. 9. 2018) - Ciclo B

LA PARADOJA DEL SERVICIO

“Servidor de todos”

**** Jesús está caminando hacia Cafarnaún. Atrás han quedado la geografía y las gentes de la región de Cesarea de Filipo, donde ha estado misionando. Le ha costado salir sin ser notado, porque la gente quería escucharle y beneficiarse de sus milagros. Pero necesitaba estar a solas con sus discípulos, porque ha de formarles para la gran misión que les encomendará un día. Necesitará mucha paciencia y pedagogía, porque sus discípulos con frecuencia entienden las cosas al revés. De hecho, acaba de decirles con toda claridad que él no es un mesías triunfador y glorioso sino humillado y sufriente, y todo lo que se les ha ocurrido es ponerse a discutir “quién es el más importante”. No obstante él tiene que enseñarles y ellos aprender la lección. Unas veces les dirá una sentencia, otras les propondrá un esquema sencillo de ideas, otras echará mano de cosas plásticas. Hoy emplea dos modos: una sentencia y un elemento plástico. “El que quiera ser el primero –les dice-, que sea el último y el servidor de todos”. Después realiza un gesto tan sencillo como irresistible: “llama a un niño, le pone en medio y le da un abrazo”. Ellos han de hacerse niños y tener su misma sencillez y humildad. Su grandeza no serán los títulos, los cargos, los éxitos, las grandes carreras. Los títulos y grandezas de un cristiano son el servicio y el amor desinteresado. ¡Gran lección para nosotros! Quizás la vida nos lleve a ocupar puestos relevantes en la sociedad o en la Iglesia. Un rector de  universidad no servirá del mismo modo que un alumno, ni un director de empresa como un empleado de mantenimiento, ni un padre como el hijo. Pero todos los políticos, todos los obispos y sacerdotes, todos los profesores y padres, todos los cristianos y todas las cristianas hemos de concebir nuestra vida como un servicio y demostrarlo cada día en casa, en la parroquia, en la empresa, en el banco, en la cátedra. No lo tenemos fácil, porque lo que hoy se lleva es lo contrario: destacar por cargos, puestos, dinero, éxitos. Además, ahí está nuestra soberbia reclamando reconocimientos y derechos. Pero el Señor nos lo exige y nos ayudará a conseguirlo.            

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