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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (28.X.2018) - Ciclo B

Evangelio

José-Antonio Abad

CIEGOS QUE VEN Y CIEGOS QUE NO VEN

“Hijo de David, ten compasión de mí”

***** Jesús se encuentra en el último tramo del camino que inició en Cesarea de Filipo y concluirá en Jerusalén después de la jornada de hoy. Más en concreto, en Jericó, la ciudad-oasis en medio del desierto, que es también encrucijada de caminos, culturas y religiones, rica y bastante relajada moralmente. A la vera del camino, un pobre pide limosna como los demás días. Es su único recurso, porque, además de pobre, es ciego. Pero tiene fe en Jesús. Por eso, cuando pregunta por qué hay tanta algarabía y le dicen que es que “pasa Jesús de Nazaret”, se pone a gritar con una fuerza especial: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Los de siempre reaccionan como siempre: “Cállate”. Pero cuanto más le dicen que se calle, él más grita. Jesús le oye y le llama. No para decirle que se calle y no moleste sino para preguntarle qué quiere. El pobre ciego, Bartimeo se llama, le dice con toda sencillez: “Que vea”. Devuélveme la vista, esto es lo que quiero. Y Jesús, que es todo misericordia y compasión, le dice: “Pues ve, tu fe te ha salvado”. Y el ciego recobra la vista y se pone en camino con Jesús. En el mundo actual hay muchos ciegos o, si se prefiere, invidentes. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos. No ven por qué y para qué están en este mundo, qué sentido tiene su trabajo y su dolor, qué hay detrás de la muerte. Pero, a diferencia de Bartimeo, no tienen fe en Jesús. No le han conocido nunca o, si le conocieron, fue de modo tan superficial que le han orillado del todo. Por eso no pueden gritar “Hijo de David, ten compasión de mí”, ni pueden salir de su ceguera. Es una verdadera tragedia, porque Jesús puede darles lo que necesitan, pero no puede hacerlo, porque él no se impone. Se limita a ofertar. ¿Me dejas decirte que, incluso si no tienes fe, pongas en tus labios la misma oración de Bartimeo: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”? Repítela una y otra vez. Todos los días. Quizás te lleves una gran sorpresa. Pero hazlo como Bartimeo: con constancia, con tozudez, aunque todo a tu alrededor te diga que te calles.          

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