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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 32 del Tiempo Ordinario (8.11.2020) - Ciclo A

EN ESPERA DE  UN BANQUETE DE BODAS

Cinco eran sensatas y cinco necias

*** Caen las hojas de los árboles. Se acortan los días. Se acaban las fechas del calendario. Todo a nuestro alrededor nos dice de una u otra forma: “esto se acaba”. La liturgia de la Iglesia asume este sentimiento. Más aún, se sirve de él para recordarnos una gran verdad: nuestra vida en la tierra también se acabará. Para quienes creemos y esperamos en Cristo esto no es una tragedia, como lo es para los que viven según el dicho pagano “¡qué pronto pasamos de la nada a la nada!” Nosotros sabemos que el final de nuestra vida terrena es la penúltima etapa. La última es disfrutar del banquete de bodas que Dios nos tiene preparado. Jesús habló con frecuencia de esta verdad. Un caso concreto es el que relata el evangelio de hoy, en la conocida parábola de las diez doncellas, cinco de las cuales se portaron con sensatez y las otras con irresponsabilidad. Las sensatas estaban preparadas, a pesar de que el novio se retrasó y llegó muy tarde a casa de la novia para llevarla consigo, casarse y celebrar el banquete de bodas. Habían previsto esta tardanza y se habían aprovisionado del aceite necesario. Las otras, en cambio, no habían sido previsoras y mientras fueron a la tienda a comprarlo, llegó el esposo, cerró la puerta y quedaron fuera. La enseñanza de Jesús es clara y sencilla: hay que estar preparados para cuando nos llegue el momento. No es sensato esperar hasta entonces para prepararnos, porque podemos no tener tiempo y encontrarnos excluidos de la felicidad eterna. ¿Cómo estaremos preparados, cómo tendremos el aceite necesario para que la lámpara de nuestra vida siga luciendo? La respuesta es obvia: si realizamos el proyecto de vida que Dios nos va indicando mediante sus mandamientos, los deberes de nuestro estado, las responsabilidades laborales y sociales, las necesidades ajenas que se cruzan en el camino de nuestra vida. Es bueno bautizarse e ir a misa los domingos. Pero eso sólo no basta. Lo decisivo es vivir de modo habitual en amistad con Dios, trabajar por él, hacer continuas obras de servicio a los demás, arrepentirnos cuantas veces sea necesario y recibir con frecuencia el perdón de Dios en el sacramento de la Penitencia.                    

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